jueves, 30 de octubre de 2008

TRISTE SAAYI

Triste Saayi permanece indeciso. Una misión le ha sido encomendada. Una enorme responsabilidad que afrontar solo.

¿Qué hacer?

Camina por el puerto abarrotado. Cientos de personas compran, venden, trapichean... Triste Saayi nada ve.

No hay mayor soledad que la provocada por el miedo.

Triste Saayi se detiene. Alza la vista. Sólo ve muertos. Caminan pero no viven. Apenas respiran.

Algo le llama la atención. Al final del malecón un hombre se detiene. Da dos pasos y vuelve a pararse. Adorna la cadencia con un movimiento de sus brazos. Triste Saayi sonríe sorprendido.

Nunca eres el más extraño.

Sin embargo, aquel desquiciado hace algo más. No sólo mueve los brazos. También aprovecha el movimiento para lanzar algo.

Triste Saayi se acerca. Observa detenidamente. El orate saca comida de su boca y la tira. Dos pasos. Comida fuera.

Comparte todo lo que tiene, le dice una pequeña que juega con un gato negro.

Triste Saayi sonríe de nuevo. No es invisible.

Solo tiene pan...

Eso es mucho, pequeña.

¡Cielos, Triste Saayi! También puedes hablar.

Compartir es importante. Aligera el peso. Libera las penas. Ayuda a llegar al final.

Triste Saayi es un poco feliz. Hoy a visto un ápice de luz en el negro camino.

martes, 28 de octubre de 2008

Las cabezas del Patio de Los Leones

Colgadas del techo, sobre el pequeño estanque de agua bermellón. Como terribles badajos carnosos. Igual que extraños frutos preñados de odio y resentimiento.

Perdida la mirada en las yeserías, el sultán trata de no percibir aquel funesto olor.

Habéis tomado la decisión correcta, mi señor.

Impasible, el sultán no desvía la vista. ¿Qué razones pueden conducir a tamaño despropósito? Muchos de aquellos hombres habían sido amigos suyos.

Razones de estado, mi señor.

El sultán se incorpora. Mira fijamente al consejero.

¿Qué es la razón de estado? ¿De verdad hay algo más importante que la vida? ¿Cuándo dejamos de ser hombres para convertirnos en asesinos?

El sultán suspira y abandona la hermosa sala, oculta su belleza por el horror que alberga.

Los mocárabes están ocultos. Las yeserías, eclipsadas. El zócalo, atrapado bajo la sombra.

¡Qué triste cuando lo hermoso desaparace de nuestra vista!
¡Qué ceguera más miserable!

lunes, 27 de octubre de 2008

La Canción de las Hachas

Martos mira asombrado el filo de sus hachas.
¿Nunca me abandonaréis, amigas?
Siempre estaréis junto a mí. ¿Quién si no velará por vosotras?
¿Quién os protegerá del frío?
Las hachas tiemblan ruborizadas. Sus filos azulean al tacto viril del almogávar. A cada paso de la piedra las hachas se estremecen. Cualquiera diría que ronronean.
¿Os acordáis de aquellos almohades? ¡Qué duros eran sus cascos! Ahora que lo pienso, ningún casco es mas duro que los templados en el sur. ¿Acaso será el sol? ¿El agua cristalina e impóluta, cálida y sensual, de los ríos de Al-Andalus?
Una de las hachas vibra más que la otra.
Martos sonríe.Sí, ya me acuerdo. Fuiste tú quién destruyó aquel yelmo. ¡Qué valiente eres! Si fueras mujer te llamarías... ¿Por qué no? No hay otra igual en el mundo.
Sus ojos fieros son tan negros como su voluntad. Su blanca piel es como tu puro filo.
Da miedo solo de tocarlo.
Martos coge las dos hachas y las coloca en su cinto. Bajo su jubón. Se levanta y camina por la cubierta del Bucéfalo. A cada paso que da las hachas golpean su cinto metálico.
Martos sonríe.
Es la bella y terrible canción de las hachas.
Como sus ojos.
Como su voz.
Su sonido es puro y aterrador.
¡Pobre de aquel que las desafíe!

LA DECISIÓN DE OONA

Sentada junto al timón, la hermosa genovesa pierde el tiempo.

Mira el horizonte. Escruta las brumas. Aparta divertida los mechones de cabello que juguetean con su nariz.

¿Qué hacer? ¿Cómo cambiar mi vida?

La jarana en la cubierta la obligan a perder su objetivo. Martos está bromeando con los compañeros. Levanta la mirada. Un instante. Sus ojos se encuentran.

Oona devuelve su mirada al inagotable océano.

Nadie puede ayudarla.

Su vida, su familia... Todo quedó atrás.

Todo queda atrás. Si uno quiere... Si uno quiere de veras. ¿Qué es la familia? ¿Qué son los amigos?

Un ruido la sobresalta. Uno de los marineros del Bucéfalo arroja un balde por la borda.

Oona vuelve a pensar en los ojos del navarro mientras más baldes vomitan sobre el mar.

Curiosa metáfora, ¿verdad, amigo?

domingo, 26 de octubre de 2008

Triste Saayi

Comienza el viaje.
No tengas miedo. Un pie. Después el otro.
La mirada, primero perdida. Ya te mueves. Nada importa. Ahora el otro pie.
¿Ves que fácil?
Levanta orgulloso el mentón. Desafiante.
Tú eres.
¿Qué os creíais?
Tú puedes.
¿Quién si no me haría viajar? ¿Quién sería mi capitán?
Venga, amigo. Ábrelo. Libéralos.
Déjales vivir.

La Espada de Martos

Está triste. Nadie la usa. Su filo ya no seduce. Su hoja ya no reluce. Martos no presta atención. La espada ya no es importante. Todos saben que la pluma es mucho más fuerte. Bretrand no se cansa de decirlo. Martos parece hacerle caso. Junto a la punta... ¡Horror! Hay una muesca.
No puede ser. ¿Por qué?
Está mellada.
Ya nadie la querrá. ¿Para qué sirve una espada mellada? ¿Me oyes, cretino insuflado de complacencia estéril? ¿Para qué?
Saayi sonríe. Tiene debilidad por estas cosas. Goivanni observa desde su posición elevada. Conoce esa debilidad. Con delicadeza, Saayi saca la espada de su vaina. La frota contra el metal de la guarda. Vuelve a sonreír.
La canción es limpia y pura. Alza la mirada. Sus ojos se encuentran con Bertrand.
¿Qué importa el aspecto? ¿Qué importan las heridas?
Dos pasos y ya está junto al canciller.
Esta pluma apuntalará la razón que siempre llevas.
Brertrand levanta la espada. El aire hace resonar la hoja.
En la punta está mellada.
Como yo.
Dedica una sonrisa complacida a su nueva compañera.
Al guardarla, la espada vibra de felicidad. Siempre hay un compañero por quien luchar. Por quien morir. Por quien vivir.
Triste Saayi, ha vuelto a hacer feliz a alguien.

sábado, 25 de octubre de 2008

TRISTE SAAYI


Triste Saayi, mira absorto pero nada ve. Demasiadas páginas caen sobre su pensamiento. No tiene fuerzas. Quiere, de verdad. Demasiadas páginas. Tantos años vagando por el mundo. Tantas vidas consumidas. ¿Para qué? ¿Nadie quiere saber? ¿Tan poco interesa la experiencia? ¡Pero si él lo vio todo! ¿Tan lamentables somos? ¿Tan superficiales? Siglos de existencia recorriendo el mundo conocido. Ciudades, reinos, pueblos... Nada parece importar. Sólo miramos los que ponen frente a nuestras narices. Pasamos frente a él y nada hacemos. Su rojo rostro no llama la atención. Un día Saayi se rebela. Empuja con todas sus fuerzas. Nada consigue. Se gira y grita a sus amigos:

¡Martos, aquí! ¡Giovanni, por tu juramento ancestral!

El almogávar, fiel a sus principios, arrima el hombro. El noble italiano, orgulloso, tirante, pendenciero, duda al principio mas, en un instante, caen sus prejuicios y ayuda a sus compañeros.
Nada. No se mueve.

Oona, delicada y sutil, de espaldas, mira ligeramente por encima de su hombro la escena. Sonríe.

¿Dónde esta el orgullo de Francia? ¿Y el de Aragón?

Bertrand chasquea la lengua. No se molesta en contestar. ¿Cuando descubrirán que hay más fuerza en la mente de un niño que en todos los brazos del mundo? Louis d'Albi menea la cabeza disgustado. ¡Malditos refinamientos! Corre y, con la fuerza de un titán, se suma a los amigos.

Triste Saayi grita emocionado. ¡Se mueve! ¡Al fin!

¡Puedo ver una luz! Alborozado se regocija Conon de Béthune.

Las páginas se mueven. Es cierto. La cubierta se arquea levemente. Un sonido embriagador escapa de los renglones impresos.

A nadie parece importarle.

¿Seguro?

Alguien mira sorprendido aquel libro. Está en el estante inferior. Tiene algo de polvo. Se dirige lentamente hasta allí. Coge con su mano derecha el ejemplar. Pasa suavemente la palma de su mano izquierda por la portada. Tuerce un poco la boca. No le gusta demasiado ese rojo estridente. Abre el libro y observa la primera página.

La canción de Saayi.

Respira profundamente y cierra el libro. Levanta la vista. ¿Por qué no? Belén da la vuelta y camina hacia Herminio, el librero. El libro en la mano. Lo coloca sobre el mostrador. Herminio conoce la historia. Sonrie feliz. Guiña el ojo a la portada.

Los gritos de los personajes son imperceptibles pero no me cabe duda de que existen. Y esta vez son de felicidad. Van a vivir. Van a viajar otra vez. Belén será su compañera.

Quizás hoy lleguen hasta el final.