jueves, 15 de julio de 2010

LA MESILLA HABITADA

Cada noche el mismo dilema. Cansado, me acerco a mi lado de la cama. Allí, sobre mi mesilla, descansa el universo imbuido en letras. Una montaña de páginas encorsetadas por diferentes encuadernaciones me grita desesperada. Cada libro quiere ser leído y yo, para qué negarlo, soy bastante indeciso. Me falta algo de temple para gobernarlas. El amarillo chillón del Caín de Saramago me sonríe divertido. Confía en que su atractivo color me seduzca. Por debajo de éste asoma vestido en una fea encuadernación el maravilloso Embrujo de Shanghai de Juan Marsé. Me mira compungido. Seguro que piensa que el hábito hace al monje. No me conoce bien. No se acuerda de aquella horrible edición de El Libro de la selva de Gustavo Gili que me regaló mi padre y me tuvo en vilo los días que me duró. Acerco la mano hacia él, intentado creer que la posguerra española sí fue una aventura cuando, recostado sobre la almohada, siento un picor en la oreja. Es otra vez el maldito ojo de Sauron fijo en mí desde lo alto de la estantería. Le dedico una furiosa mirada y me rasco ese picor. Desde que sufrí con Los Hijos de Hurin decidí dejar a Tolkien unos días en el congelador. Poso la mano sobre la historia de Juan Marsé, cuando un azul intenso captura mi atención. En el suelo, junto a un globo y tres libros de Juvenal está el último de Tom Holland, Milenio. Es un glorioso libro de divulgación histórica. Me lo ha conseguido Herminio, mi cazador de aventuras. Niego vehementemente. Sabe muy bien que no leo Historia por la noche. En el último momento, un cosquilleo en mi codo. Alguien me llama. Allí, al fondo, sobre la vieja estantería, descansa John Silver, preso en otro tipo de isla. Y pienso, ¿por qué no? Cambio el rumbo de mi mano y capturo La isla del Tesoro. Hoy dormiré entre piratas. Todos se ríen. Sobre todo Tintín. Se lo está comentando al Capitán Haddock: Eduardo siempre apuesta por la aventura.