domingo, 14 de octubre de 2012

Subiendo a Zenarruza, desde la cuna de Simón Bolivar

Y salimos de Marquina, con la tripa llena, el gps encendido y ganas de llegar a la cama, sinceramente. Un paseo maravilloso por la fronda vizcaina. Me recordaba a ese agradable caminar entre Castletown e Innisfree que realizaban cada dos por tres John Wayne y Maureen O'Hara en "El hombre tranquilo". Eso sí, a diferencia de la bella Irlanda, aquí pegaba el sol al estilo español, aunque sea en el País Vasco. Y entre finca y vericueto, otro paso más. Y más extraño que el anterior.
En lo que se refiere a puertas de fincas, Sr. Bellette, podríamos escribir una tesis doctoral.
Cada una de un padre y una madre. Yo tengo mi propia teoría. Con esto del adoctrinamiento de los gobiernos nacionalistas, me parece que los pobres vascos han tenido una sobredosis de Chillida. Chico, hasta las portezuelas de los barrizales parecían obras constructivistas.
Si ya te digo yo...
Llegamos a las afueras de Bolivar un tanto cansados. Treinta y cuatro kilómetros nos precedían y toda una mañana empinada. Alcanzamos la Puebla de Bolivar emocionados -no sé por qué, sinceramente, pues Simón Bolivar nació en Caracas y su padre también-, quizás porque aventurábamos una noche de txacolí y bonito. En un recoveco muy singular encontramos la estatua del libertador de las Américas, con al nombre un tanto gastado, la verdad, por lo que lo utiliza Hugo Chávez. Si este levantara la cabeza y viera el uso que dan de su nombre, seguro que se partiría de la risa.
Entramos en la taberna del pueblo y, por primera vez en esta aventura, me sentí fuera de lugar. Allí todo el mundo hablaba euskera. Y a voz en grito. Había un grupo de jóvenes que charlaban distentidamente vaya usted a saber de qué. Que en esto de los idiomas ininteligibles, el euskera se lleva la palma. Quizá empatado con el chino y a poca distancia del finés. Y el suajili. Y ese dialecto que se habla en Valsaín entre los pinos a voz en grito. Y, por supuesto, el extraño idioma del gobierno español, que sólo lo habla el que promete o jura su cargo ante el rey, quien, a su vez, domina parte de éste y de otro mucho más complicado, entre gangoso y Borbón que algunos periodistas lo citan como campechano, sea lo sea lo que eso signifique.
El caso es que pedimos Aquarius y no había. Se me ocurrió pedir algo sin gas y me dieron agua. Pregunté por el albergue y nos mandaron fuera del pueblo.
Salimos refrescados por el agua pero muertos de sed y emprendimos el camino, cuesta arriba, por supuesto, hacia el descanso de esa jornada. Y sufrimos una maravillosa calzada medieval al 12% de desnivel con la mosca tras la oreja, pensando que la graciosilla del bar nos había mandado allí donde Sansón perdió el martillo por no saber pedir como Dios manda en DoneJakue Bidea. El caso fue que aquella chica, graciosilla o no, nos encaminó a la perfección.
Llegamos al albergue del Iñaki y sus celdas monásticas. Allí nos alojamos, duchamos y abandonamos las malditas mochilas. Tres txacolíes después, más o menos, emprendimos el paseo de estiramiento antes de cenar. Llegamos hasta la colegiata y monasterio de Zenarruza: sinceramente, valió la pena el sufrimiento por ver aquello. Un espectacular monasterio en mitad del bosque, sobre la colina, con un claustro tan romántico y melancólico que a uno no le hubiera extrañado que Larra se hubiera suicidado allí o que el último precioso súspiro del bucólico Becquer hubiera sido expelido entre tan hermosas columnas.
Embelesados por la belleza del monasterio, bajamos al refrigerio. Excelente el txacolí. Y el marmitako, y el bonito con tomate. Y el pastel de arroz. Y el de manzana. Y la ensalada de Iñaki para "refrescar" que nos refrescó de maravilla.
Dos pasos, tres escaleras y a la cama. A descansar.

 

Listos para Guernica y el recuerdo de lo que no se debe olvidar nunca.