sábado, 22 de septiembre de 2012

En el paraiso Vasco: de Deba a Marquina

Volvimos, como nunca hizo el Terminator de James Cameron. En tren de Segovia a Bilbao en primera, que así da gusto. En el bocho descansando una noche, después de degustar los mil bacalaos de Minchu en San Ignacio, que para algo es primo del Sr. Bellette. A la mañana siguiente, en Euskotren hasta Deba. Y con nubes sin parar. Y los dispositivos smartphone diciendo que sol radiante. Y yo con la mosca tras la oreja. Sólo una, que la otra la teníamos pegada a la charla de cuatro jubilados sobre las maravillosas vacaciones del INSERSO. Esas que seguro se ha cargado la crisis de los ladrones sin vergüenza. Ponemos un pie en la estación de Deba y nos caen tres gotas. ¡No me lo puedo creer! ¿Que va a lloooover? La mala leche también asusta a las nubes.

Y la seriedad del Sr. Bellette. Al salir de Deba el sol asomaba por los cúmulo-nimbos, justo al mismo tiempo que se empinaba el camino. Y sin misericordia. Vamos, que pasar de Guipúzcoa a Vizcaya es más duro que cruzar el Rubicón con Julio César. Cuarenta  minutos cuesta arriba y llegamos a la iglesia del Calvario con unas vistas de la costa que nos hizo olvidar la penuria de la subida. Que no me extraña que la iglesia se llame del Calvario, de verdad.

Ciento cincuenta metros hacia abajo y... ¡Otra vez para arriba! Y esta vez sin descanso. Casi dos horas de cuesta. Adelantando peregrinos. Y peregrinas con los pies para llorar. Y el maldito teléfono del Sr. Bellette contando los kilómetros de uno en uno asustando al personal que adelantábamos con su voz de dominatrix.
¿Por qué les ponen voz de chica? Más bien de Angela Merkel cabreada con Rajoy explicando los recortes.

Coronamos doblados, buscando el Sr. Bellette a la madre del perro. Que cuando se acuerda de ella, uno se pone a temblar. Catálogo interesante, el del Sr. Bellette:

Grado 0: Mueca ligera. (Menos del 8% de desnivel)
Grado 1: Pse... (Entre el 10% y el 15% de desnivel)
Grado 2: Vamos anda!!! (Al 15% de desnivel)
Grado 3: Resoplando... (Casi el 20% de desnivel)
Grado 4: Joooder con la costiña de Canedo!!! (Ladera del K-2)
Grado 5: ¡..La madre'l perro..! (El monte Everest nevando)

Llegamos arriba, lo aseguro, sin encontrar a la madre del perro. Si la llego a encontrar, estaba yo ahora en Alcatraz. Eso sí, nos encontramos a un gordo resoplando comiendo chocolate y con un cigarro en la mano. Sinceramente, pensé que se trataba de una cámara oculta.
¿Y ese gordo? ¿Y el chocolate? ¿Fumando?
De allí hasta Marquina, bajando sin parar. Sin parar. Sin parar. Sin llanos. Solo cuesta. Hacia abajo. Hasta que, por fin, asomó Marquina entre pinos y valles. Con un sol abrasador. Y una pequeña iglesia asombrosa. Con unas piedras increíbles dentro. Y me acordé de la película de Phenomenon de John Travolta. Y del conejo que nunca conseguía detener. Por muchas vallas que construyera, el conejo aparecía dentro.
Porque vivía dentro.
Las piedras de Marquina, primero. La construcción, después.
Un paisano nos encaminó al restaurante de la plaza principal. Menudo acierto. Siempre hay que preguntar y pasar de guías. Acierto seguro. Chipirones y cogote de merluza.
Maravilloso.
Descansando al fresco del restaurante de Marquina, pensamos dónde dormir.
En Bolívar, cuna del libertador, Sr. Bellette.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Por el infierno de barro

Salir de Zumaia, con la tripa llena por otro chuletón que despistado había caido en nuestro plato, y empezar a llover. Pero no llover por llover, no. Nada de cuatro gotitas que te refrescan, te alivian el esfuerzo de las malditas cuestas.
Que no, que no.
Para empezar, un tramo de escaleras con un desnivel vertical de más de cien metros hasta llegar a la iglesia del pueblo (Me pregunto quién irá a misa en Zumaia, vive Dios). Y las malditas nubes, que venían zumbando desde Getaria, con un atronador negro sucio que espantaba hasta las cabras.
Llegar a la iglesia y a llover. Sin parar. Bueno, en realidad, para ser puristas, un pedante aficionado a la música clásica diría "in crescendo". Uno de mi pueblo, chuzos de punta. Y durante dos horas. O más. "Seguro que amaina en el bosque" le dije al Sr. Bellette.
Sonrisa de medio lado.
En el bosque, todavía más. Ya, ni las capas aguantaban el agua. Fue en ese momento que me sentí peregrino de verdad: cobijados en un establucho de mala muerte, entre las cagadas de las vacas, las ruedas viejas de los tractores, algún que otro ratón campeón de natación, las propias vacas y su acre pestilencia aún más presente potenciada por la humedad.
Y al fondo el monte vasco. con su belleza agreste. Sus apretujados pinos, presionados por las continuas cárcavas, vallejos, quebradas y desfiladeros.
¡Qué nadie diga que no apreciamos la belleza allí donde esté!
Como no dejaba de jarrear, continuamos el camino. Otra vez empapados hasta los huesos. Como en tantas ocasiones. Como siempre. Como toda la vida. Enfilamos un camino... El país del barro. Dos kilómetros con agua y barro hasta casi las rodillas. Y con lodo cariñoso. Que se agarraba a todo. Ni siquiera podiamos sacar los bastones. La mitad de uno del Sr. Bellette quedó allí atrapado.
Y mi pierna gritando. Desde la rodilla hasta el cuello. Con martillazos continuos. Cada paso, una puñalada. Cada cuesta, un suplicio.
En estas enfilamos la última cuesta. Destino, el santuario de Itziar. Un hermoso pueblecito en la loma, frente a la costa salvaje. Y, milagro, allí había un pequeño hotel. Y llegamos hasta su puerta. Y había habitación. Y nos pudimos secar. Y duchar. Y cambiar de ropa. Y cenar unos maravillosos chipirones en su tinta un servidor; a la plancha para el Sr. Bellette. Y se nos ocurrió decirle al recepcionista que no funcionaban los radiadores. Y pasamos la noche en un horno de asar.
"Hasta aquí hemos llegado, Sr. Bellette", claudiqué. Mi pierna me obligó.
"Volveremos en agosto, Señorito Juárez".
A la mañana siguiente, salimos con destino a Deba. Andando, porque para entender los horarios expuestos en la parada de autobús había que ser vasco parlante o saber lineal A cretense. O algo parecido.
Tres kilómetros cuesta abajo por una rampa donde patinaban los coches. El Sr. Bellette comprobó con el trasero la dureza del verdil y un servidor descendió recordando la destreza de primero de párvulos. Después de la bajada del infierno y dos ascensores, alcanzamos el nivel del mar. Y la estación de tren. Bueno, quise decir Euskotren. A bilbao.
"I'll be back", dije con cara de Terminator.
"Volveré", dijo el Sr. Bellette, que es más castizo.