viernes, 26 de agosto de 2011
Durmiendo en Manhattan
domingo, 21 de agosto de 2011
Coronando el Mar de Ovellas
sábado, 20 de agosto de 2011
El Sr. Bellette se va a Santiago
miércoles, 10 de agosto de 2011
¿CORRIENTES IDEOLÓGICAS? NO, GRACIAS
Mi primera reacción fue la indignación por el grave error cometido al confundir ideología y corriente historiográfica y, por tanto, suspender al alumno y acompañar el viaje con una sonora reprimenda.
Sin embargo, recordé haber leído el día anterior, con la misma sensación de asombro, el artículo de Santos Julía en el Diario el País acerca de un polémico documental emitido por Telemadrid acerca del inicio de la citada guerra civil y el uso parcial y al servicio de una ideología hecho por los creadores del citado film. Así lo habían manifestado los asistentes al coloquio posterior, entre ellos historiadores de gran prestigio como Julio Aróstegui o Antonio Elorza.
Dado que no tengo esa televisión al alcance de mi mando a distancia, pregunté a mis amigos historiadores sí habían accedido al visionado. Desde José María Marín Arce hasta Manuel Ladero, pasando por Ángel Herrerín y Juan Avilés, todos me confirmaron lo dicho.
Y yo no salía de mi asombro. ¿Cómo es posible que para analizar un hecho histórico básico haya que establecer una dualidad ideológica? ¿Desde cuándo la opinión es esencial para la comprensión del hecho histórico?
Rebusqué en los pilares de mi formación y no pude encontrar respuesta. Es cierto que hace ya mucho tiempo que estudié la carrera, pero entre la base recibida, la ideología no era más que otro objeto del estudio, no de la formación del pensamiento del historiador. Los historiadores se alineaban en corrientes historiográficas que diferenciaban aspectos formales y filosóficos del concepto de la historia, de los procedimientos empleados en su investigación. Del objeto de esa investigación.
Así, desde la escuela de los Annales de Marc Bloch y Lucien febvre, hasta la historia global de Fernand Braudel, pasando por todas las corrientes existentes y existidas durante el pasado siglo, como bien mostraba mi tocayo, Edward H. Carr en su famoso ensayo ¿Qué es la Historia? (ARIEL, 1983), objeto y método de investigación centraron nuestros esfuerzos historiográficos, nos definieron y alinearon en flumenes. No se aproximaba uno al objeto de conocimiento desde el yo, sino desde un punto de vista despersonalizado que permitiera analizar todas las variables sin injerencia personal alguna o, lo que es lo mismo, desde un punto de partida impersonal.
Al parecer, todo eso está siendo olvidado. Las corrientes historiográficas discutían la importancia de los diferentes factores que conformaban el hecho histórico, sus causas y consecuencias. Ahora, se juzga a la ligera en un escenario analítico de buenos y malos, maniqueo, falso y, sin lugar a dudas, acientífico.
Y por más que me esfuerzo, no logro comprenderlo. El hecho histórico es objetivo. Ha ocurrido. Ya está. Sus consecuencias, también. Es en el análisis de las causas donde resulta que, ahora, en el siglo XXI, en España, nos enganchamos a “corrientes ideológicas” y no a planteamientos historiográficos científicos. Asistimos a debates pseudohistoriográficos donde se valora y no analiza científicamente, el comportamiento y la motivación de tal o cual personaje. En ese sentido, el General Franco se ha convertido en el epicentro de esta vorágine. La ideología ha roto fronteras y suplantado a la historiografía y así nos va.
El pasado 18 de julio, septuagésimo quinto aniversario del inicio de la infausta guerra civil española, vi un documental sobre la efeméride y el personaje angular de este hecho histórico. Varios especialistas aparecían analizando al personaje, entre ellos eminentes hispanistas como Paul Preston o Stanley Payne. Junto a ellos, el director del documental tuvo la deferencia de incluir la opinión de varios falangistas para ajustar con su autoridad lo dicho por los investigadores científicos. Claro, pensé, habrá visto todos esos trabajos científicos donde se analizaba y discutía la figura de Adolf Hitler entre historiadores y nazis, o la de Benito Mussolini con científicos y camisas negras, pues sus aportaciones, además de objetivas, resultaban capitales para comprender un hecho histórico que, desprovisto de la componente ideológica, personal y sentimental, se convierte en uno más dentro de la sucesión de hechos históricos que conforman la evolución histórica de una sociedad humana.
Sarcasmos a parte, quedé petrificado ante la perspectiva de la historia como ciencia ante el impacto de la influencia de la ideología. Evidentemente, ya no hablaremos de la romanización, sino que describiremos el proceso como la expansión imperialista de los romanos que acabaron con la identidad nacional de los pueblos. Veremos los restos de ese proceso como heridas en el panteón de los valores nacionales de nuestra sociedad. Y lo mismo nos ocurrirá con los visigodos. Y con los musulmanes, mucho más. Crearemos comités de expertos y sabios para ver qué hacemos con la Mezquita de Córdoba o con el acueducto de Segovia. Habrá que cambiar los libros de texto de los niños y aleccionarles en este nuevo perfil historiográfico, por supuesto sometido a revisión cuando los tiempos cambien y los buenos se tornen en malos y viceversa.
En ese momento, el suspenso de mi alumno quedó en suspenso, si me permiten el juego de palabras. Al fin y al cabo, la apreciación de mi alumno se basaba en lo que el entorno “historiográfico” le mostraba. Y yo me quedé perplejo durante unos cuantos días. Y pensando en el concepto que resume todo esto: el revisionismo. Palabra caníbal, que diría el gran Gianni Rodari. Lo mismo da que se emplee en uno o en otro sentido. Es igual de horrible. La historia no se revisa. Se investiga. Se discute y argumenta de modo científico. Y muy mal vamos si no somos capaces de ver esto.
Indudablemente, camino de la chabacanería historiográfica.
Quizás por ello, ¿quién sabe?, me incliné por la Edad Media. Allí sólo hay historia. Las ideologías son para las mentes jóvenes e inexpertas. La mía ya no lo es.