lunes, 19 de diciembre de 2011

UN CUENTO DE GIANNI RODARI PARA MI QUERIDO FRANCISCO OTERO

EL DICCIONARIO






Una página del diccionario sobre la cual medito a menudo es aquella donde cohabitan silenciosamente, sin saludarse nunca ni felicitarse el año nuevo, la ortiga, la oruga, la ortografía y el orzuelo.


La cosa me intriga bastante. Mientras me imagino a la oruga dedicada a comerse la ortiga para que el orzuelo crezca libremente, nada turba mi paz. Pero después el orzuelo se pone a enseñarle ortografia a la oruga, a la cual, siendo un bichito, le importa un bledo. En este momento pasa, por la misma página, un cura ortodoxo. ¿Por quién estará rezando? ¿Por la oruga difunta, por el orzuelo loco o por todos aquellos que sufren por culpa de la ortografía? Esta interrogación abre ante mis ojos un auténtico abismo, en el fondo del cual -o sea, en el fondo de la página- ambula solitaria la palabra ortógrafo. Parece que significa: "persona que se ocupa o trata de ortografía". Pero su sonido es espantoso. Quizás sea una palabra caníbal.




Gianni Rodari, Cuentos escritos a máquina, Madrid 1978, Ed. Alfaguara, p. 319.


domingo, 27 de noviembre de 2011

Subiendo al Cerro del Puerco sin sherpa y sin oxígeno

¡Qué mañana tan gloriosa! ¡Qué luz, qué brillo! Sin nubes y Peñalara con la coronilla blanca, como uno de aquellos papas altivos del Medievo, amenazante en la distancia.
Salimos desde las puertas de Segovia, entre el hotel Roma y el bar Segovia, a eso de las once de la mañana. Nuestro objetivo: cumplir con la promesa dada a Josh Simpson. Hacía mas de tres meses que habíamos recibido uno de los planetas de vidrio creados por el maravilloso escultor norteamericano. Nos pareció muy emotivo pedirle uno de sus pequeños planetas para poder esconderlo entre los restos del Cerro del Puerco, donde hacía setenta y cuatro años habían luchado, sufrido y muerto, cientos de seres humanos en la sinrazón de la guerra civil española.

La fuerza del lugar, su incomparable belleza y la trascendencia histórica convenció a Josh Simpson. Por ello, tras unos meses de sí y no, de hoy quizás o mañana mejor, nos pusimos en marcha hacia la cima del Cerro del Puerco. Como venía con un servidor el Sr. Bellette, experto andarín donde los haya, pensé que quizás no era necesaria la presencia de sherpa alguno. Tuve mis dudas al saber que nos acompañaría el profesor Ángel Herrerín, sin rival en la piscina cubierta, pero cuesta arriba... Y, claro, si venía, como al final pasó, mi querido Ricardo Ramos, secretario del CIGCE y pilier del RAC Los Lobos en la reserva eterna, la presencia del Sr. Bellette era imprescindible. No hay que olvidar que es el único de los nuestros que realizó el cursillo de primeros auxilios. Y el único lo suficientemente responsable como para practicar la respiración asistida a Ricardo si, como todos preveíamos, sufría un colapso en el transcurso de la ascensión.

Dejamos el camino asfaltado y tomamos una de tantas veredas conocidas por el Sr. Bellette que nos condujo hasta el desvío de la Silla del Rey, camino de la fuente del Milano. Allí se empinó la cuesta y Ricardo decidió quitarse el abrigo que había traído. Ángel Herrerín nos pasó el suplemento de agua mineral, que somos pobres y nuestro único dopping tiene procedencia de origen bien de La Rioja, bien de la Ribera del Duero.

Salimos del camino y tomamos la última cuesta hacia el Cerro del Puerco, rondando ya los mil cuatrocientos metros de altitud. En ese momento se lamentó el profesor Herrerín de no haber traido oxigeno. Con más dificultad de la esperada por lo congelado del suelo, alcanzamos la cima y, como buenos y experimentados escaladores, nos felicitamos por el éxito de nuestra hazaña.

Durante un buen rato, discutimos dónde esconder el planeta de Josh Simpson. Finalmente, triunfó mi tesis de dejarlo en la **** de ******. Justo al lado de **********, frente a las *********.

En fin, creo que ha quedado claro. El desafío es para los valientes. El que se atreva, que suba y busque el planeta. Si lo encuentra, será suyo.
Eso sí, que no hagan locuras. Que busquen un buen sherpa y lleven abundantes reservas de oxígeno.
Nunca olviden que nosotros, los del CIGCE, somos de otra pasta.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Un día con Paul Preston

"El jueves que viene me echan de la Universidad", me decía el Profesor Preston mientras caminábamos desde el hotel Roma al restaurante Zaca. "No puedo creer que tu universidad prescinda de un hombre de tu prestigio", fue mi sincera y sorprendida contestación. "Ya, te lo agradezco, pero se da el caso de que en mi universidad todos los profesores tienen ese prestigio del que hablas. Incluso hay dos premios Nobel en economía", replicó el Preston con media sonrisa resignada. "Pues deberían echarlos a ellos, que no han dado una en los últimos años", puntualizó el profesor Ángel Herrerín, y la sonrisa ampliada desdibujó el rictus de dolo que acompañaba a Paul Preston desde que le recogimos en el hotel San Facundo de Segovia.


A las diez de la mañana hablaba con Ángel Herrerín preparando la participación de Preston en el Simposio que organiza y dirige el CIGCE y me lo confesó: "Hoy me he levantado con el pie izquierdo". Dicho y hecho. Llegamos a recoger a Preston a su hotel segoviano y, tras quince minutos de espera, aparece un tanto desencajado. Nos saluda con su estricta educación. "Estoy fatal. No me encuentro nada bien de salud".


Horror.


Como director del Simposio, una reacción: "Tierra, trágame". Como historiador: "Maldita sea mi suerte". Como presidente del CIGCE: "Hoy nos linchan".


Desde ese momento, todo se precipita. Paul cada vez en peor estado, dolorido y muy fatigado. La Granja llena de asistentes a la conferencia. Los políticos, que en estos casos parece que se vuelven locos, dando problemas constantes. Los medios de comunicación... Las instituciones participantes... Los colaboradores...


Conseguimos que el profesor Preston llegara a la comida, pero su estado no le permitió degustar el menú diseñado por Zaca. Creo que ese fue mi momento favorito: el eufemismo de Zaca. Y es que me gusta la poesía: cazuelita de judiones de La Granja.


Más bien perol de judiones. Que Ángel Herrerín y un servidor no pudimos con ello. Y el atún rojo. Y el sorbete de mojito.


Hube de acompañar al Maestro Preston para que reposara antes de la conferencia. A ver si se recuperaba un poco. Durante esas horas de espera, pensando el esfuerzo organizativo y económico al que se había sometido la Asociación CIGCE, pensé en la trivialidad de las cosas: un año largo de gestiones y programación entre el profesor Preston, sus circunstancias familiares, la London School of Economics, el Hay Festival Segovia, el CIGCE, el Patrimonio Nacional... Y todo podía ir al traste en cuestión de minutos.


"No te preocupes, Edu", me dijo mi querido amigo Quique Gallego, "confía en la pofesionalidad de Paul Preston". Creo que fue entonces cuando me tranquilicé. Además de un gran historiador y profesor, Paul Preston es inglés.


La profesionalidad ante todo.


Me senté en la terraza del bar El Rey de Copas y bebí tranquilamente una botellita de agua. Seguro que lo conseguíamos. Los nervios me abandonaron. Ya no me preocupó la cara pálida de Ángel Herrerín cuando fuimos a buscar a Preston al hotel Roma y no contestaba al teléfono. Ni cuando bajó éste, sudoroso y alterado. Sonreí ante los aplausos de los más de trescientos asistentes a la Casa de las Flores mientras nos aproximábamos al estrado. Me olvidé de los problemas y las luchas de las chicas del CIGCE para lograr fotografiar al Maestro en la conferencia por las restricciones de divulgación de Patrimonio. No me extrañó que el sonido fuera penoso y que en la parte de atrás de la sala se oyera fatal la entrecortada voz del hispanista. Tampoco me preocupó que la teniente de alcalde que sustituía a José Luis Vázquez dijera allí delante de todos los que llevábamos más de un año luchando por traer a Preston que había sido el ayuntamiento quien había "auspiciado y propiciado" aquel acto.


Sonréí y concentré mi mirada en el público que se esforzaba por seguir la conferencia de Paul. La conclusión era clara: hablar sobre Franco en el Palacio de La Granja... El mal fario concentrado.


"Es la primera vez que se habla sobre Franco en una conferencia en este palacio, Paul... Y seguro que la última", confesé al Maestro de Liverpool. Sonrisa y asentimiento como respuesta.


Al final, terminada la conferencia y el breve pero intenso turno de preguntas, me quedé con una imagen. Un fila enorme de asistentes entregándole libros para firmar, agradecimientos y muestras de admiración.


"Sólo quiero agradecerle sus libros", le dijo una señora. "Gracias a ellos he conocido el pasado de mi país". El Maestro Preston se levantó y le dio dos besos.


A pesar de los problemas, de las deficiencias, del sonido, de la enfermedad, de los constantes ninguneos, de la poca vergüenza de algunos, todo el mundo agradeció la presencia de Paul Preston en La Granja.


Y yo agradecí la presencia de todos ellos. Y de todo lo que ocurrió en ese día maldito, maravilloso. Al fin y al cabo, habíamos cumplido con nuestra promesa: EL CIGCE HABÍA TRAÍDO A PAUL PRESTON A LA GRANJA.


"Siento haberos dado el dia", nos dijo el Maestro Preston a Juan Bellette, Ángel Herrerín y a un servidor en el hall del hotel San Facundo. "Ya sabes cómo se soluciona ésto", le contesté. "Al año que viene, vuelves". "A ver si es verdad", nos dijo. Sonrió y se fue.


Así sea, Maestro Preston.

sábado, 24 de septiembre de 2011

En el Fin del Mundo































Renovados por nuestro merecido descanso en Lires, iniciamos la última etapa de nuestra aventura. A través de los campos, perseguidos por el maravilloso olor estiercol fresco, fuimos recorriendo pequeñas parroquias, casi siempre cuesta arriba: de Canosa a Padrís; de Padrís a Castreixe.


Saliendo de éste último nos regaló el camino la última de las cuestas espantosas. Interminable, continua. El Sr. Bellette y un servidor, cansados de bufar nos detuvimos para que un buen trago de agua fresca nos repusiera. Allí arríba, sobre la colina, la vista era increible. El mar rompía sobre los farallones que abrían la ensenada de la pequeña playa del Rostro. La espuma acariciaba las rocas y, aunque no nos llegaba, hacía que el nuestra mente imaginara ese frescor. Con eso bastaba. Media vuelta y al camino.


Más allá de Rial rompimos otra pendiente y salimos del bosque. Allí al final del camino se abría el cabo de Finisterre. Una mirada complice y a apretar el camino.


Ya podía sentir el olor del mar y el final de camino en mi pies. En esos últimos pasos tuvimos varios encuentros y rencuentros. Dos paisanos que habíamos encontrado dos días antes y compartido diez minutos de zumo de naranja nos agasajaron con un buen consejo. "Allí arriba, tras la loma, hay un melocotonero alucinante", nos dijo el mayor de los dos. Un saludo, chocar de manos y a seguir el camino. Con la boca hecha agua nos acercamos al melocotonero. Sí que resultó ser imponente, como los dos perros que tenía aquel paisano que descansaba junto al arbol.


Saliendo del bosque, a escasos cuatro kilómetros de Finisterre dimos con una pareja de segovianos de Cerezo de Arriba. "Espero que no haya muchas cuestas hasta Muxia". Una sonrisa y un hasta luego, que buen camino os espera. Cuesta arriba y cuesta abajo.


La charla con el segoviano fue muy divertida. Tanto, que perdimos el camino. Por primera vez. Bueno, en realidad, lo habíamos perdido durante cincuenta metros en A Pena, días antes, porque un cretino había pintado una flecha en dirección equivocada. Lo cierto es que aquella flecha era naranja, pero ya habiamos visto flechas de multitud de colores: amarillas, rojas, blancas... No nos extraño. Gracias a aquel abuelo que nos encaminó. Esta vez fue distinto. Lo perdimos de verdad. La suerte fue que teniamos Finisterre a la vista. Tras un pequeño rodeo de un kilómetro volvimos al redil. Nos encontrábamos en las afuera de San Martiño de Duio. Allí vimos nuestro anteúltimo cruceiro y una concurrida misa en la iglesia de San Martiño, con el mar al fondo y el cementerio de proscenium. Los cánticos de los fieles nos empujaron cuesta abajo hacia las calles de Finisterre.


Ahora sí que íbamos rápido. Bordeando la hermosa playa de Langosteira nos detuvimos en el cruceiro de Finisterre. El último. De allí al albergue. Cerrado hasta las 13:00. Pues a la terraza del Galeón. Un par de vinos con boquerones en vinagre mirando al puerto, viendo como los barcos se balanceaban atracados. A las 13:00 en punto, al albergue. Una cola de peregrinos sudorosos y felices. Es la mejor de todas las colas. Todos encantados de llegar. Me recordó al día de la Compostela. Allí estaba la italiana. Y nuestro amigo Frédèric.


Al fin llegamos al mostrador. "Eduardo Juárez, enhorabuena, has terminado el Camino". "Juan José Bellette, enhorabuena, has terminado el Camino".


¿Qué decir? La gloria, por fin. De allí nos fuimos al restaurante Fin do Camiño. A por la parrillada de pescados. A por las navajas. Y a por los percebes benditos de Dios.


"Al año que viene, señorito Juárez, de Hendaya hasta Bilbao y que nos proteja el Santo".


Amén Sr. Bellette, amén.

lunes, 19 de septiembre de 2011

En el paraiso de Lires









Igual que subimos el monte Facho lo bajamos. Azotados por la lluvia. Ora de frente, ora de espaldas. Ora en todo el careto. Ora en el costillar...






"Hasta que no llegemos a Lires, no para, que te lo digo yo". Y es que el Sr. Bellette, cuando tiene razón es que tiene razón.



Caminamos un tanto despreocupados, a pesar de la lluvia, después del ataque de risa de la cima del monte. Aún tardamos en llegar a nuestro destino, Lires, al menos una hora y un poco. En nuestra mente sólo era un nombre. Bueno, miento. En realidad era un deseo de ducha caliente y ropa seca. Y zapatos secos. Y calcetines secos. Y calzoncillos secos.



Entramos en Lires por el camino del viejo puente de las piedras pasaderas, ahora renovado por un puente moderno construido con dinero del inservible plan E. Al menos aquí, aunque no solucionó el problema del paro, sí sirvió para que los peregrinos no se mojaran los pies al cruzar el río.



Nuestro primer objetivo fue el hostal As Eiras, cuyos carteles llevábamos viendo y anhelando desde hacía más de dos horas. Como el día había sido de penitencia, no tenían habitaciones libres. Claro, que el chico de la barra se apiadó de dos bacalaos mojados y nos mandó a una casa rural llamada Casa Lourido.



Fue entonces que sentí que cambiaba la suerte. Bajamos hasta el cruceiro y seguimos un poco más hasta llegar a la preciosa casita Lourido. Blanca y grande, con un verde jardín y un porche estupendo. Entramos con nuestras mochilas y esos miles de litros de agua pegados al cuerpo. Nos recibió la encantadora Sra. Lucía que rápidamente nos llevó a nuestra habitación, la nº 14. Cogió la ropa mojada y la llevó a secar. Mientras, el Sr. Bellette después y un servidor antes, nos quitamos el agua, el cansancio y la mala suerte en la pequeña, cálida y grata ducha de la Casa Lourido.



Mientras el Sr. Bellette se duchaba miré por la ventana. Ya no llovía.



La madre de la Sra. Lucía, Doña María, nos recibió en el salón y recomendó ir hasta la playa. "Un kilómetro nada más", nos dijo. La hicimos caso. Y fue como revivir. El mar inmenso de Lires nos agasajó con un atardecer maravilloso, viendo como la ría ganaba terreno a la marea en retirada. Y todo lo hicimos desde la terraza del bar Playa. En Lires. En el Paraiso de Lires. Comiendo unos mejillones asombrosos. Y un pulpo sin igual. Y los pimientos de rigor. Y el Viña Costeira de mi corazón.



Volvimos de noche a la Casa Lourido. Volvimos para dormir. Que no se duerme mejor que cuando uno se lo ha ganado. Y uno se lo gana yendo primero del infierno al purgatorio. Y del purgatorio a la Casa Lourido en Lires. Al bar Playa. A la enorme playa de Nemiña. Al paraiso. En la Costa da Morte. En Galicia. En España.

¿Por qué seguimos?













Caminando desde O Reino hasta Lalín me lo había preguntado. Y no se trataba de retórica. ¿Por qué seguíamos caminando? La dureza del camino, la lluvia inmisericorde, el cansancio pertinaz... Pensé que no volvería a verme en situación parecida.


Empapados en Muxía, degustamos unos callos con garbanzos acompañados de nuestro acostumbrado Viña Costeira. Y cuando digo empapados quiero decir que el agua recorría todo nuestro cuerpo. No hay más que ver al Sr. Bellette y su aguada camiseta. Un hilo de esperanza nos llenó mientras comíamos en el restaurante O Prestige (¡Ojo con el nombrecito!).


Aquel día, que había empezado estupendamente, se torció al salir de Os Muiños y empaparnos. Desde las once de la mañana me sentí mojado y no abandoné la sensación. Subimos hasta la espectacular punta da Barca, donde se encuentra la iglesia de la Virxen da Barca, la patrona de los marineros, custodiada por las enormes piedras sagradas, veneradas desde tiempos de los celtas, allá por el siglo VI antes de Cristo: de la pedra d'Abalar a la de Cadrís, pasando por la dos Namorados o del Timón. Apenas pudimos apreciarlas del aguacero que nos caía sin pausa.


Calados hasta los huesos fuimos a comer al restaurante O Coral pero la simpática encargada nos dijo que estaba lleno el comedor. Miré furtivamente y comprobé que nadie se hallaba allí sentado. "Es que está todo reservado" me contestó. "Tú te lo pierdes, cretina". El Sr. Bellette con media sonrisa salió primero hacia el chubasco y nos dirigimos al O Prestige. Arroz con marisco y pimientos de Padrón.


Como decía, dejó un momento de llover, justo con los postres, de modo que aprovechamos y echamos a andar ladera arriba, hasta la Ferida, monumento a la insensatez de aquel ministro detestable que permitió la catastrofe del Prestige en la maravillosa Costa da Morte. Como si ese politicucho hubiera percibido mi pensamiento y su furor se transformase en tormenta, al doblar el monumento, la lluvia volvió.


Y furiosa.


No nos abandonó en tres horas de camino. El Sr. Bellette se agachaba para que el chaparrón no le lavara la cara. Yo empecé a reirme a ratos. Otras veces juraba en arameo. La misma sensación que tener el telefonillo de la ducha en pleno rostro. Así dejamos Muxía, azuzados por la lluvia. Y ojito con el camino. Hacia arriba sin parar. Dejar la playita de Muxía y empezar a subir el monte Facho de Lourido. Trescientos diez metros de ascenso vertical jarreando sin parar.


Fue en ese momento que me acordé de la travesía hasta Lalín. ¿Qué hacíamos allí? Nunca había estado tan mojado, ni siquiera bajo la ducha, lo puedo jurar. Y el camino no paraba de empinarse. Además, seguros de caminar junto al mar, ni siquiera lo sentíamos cubiertos como estábamos por la niebla.


Coronamos con una paliza de aquí te espero. Fue entonces cuando lo vimos. Otro peregrino venía en dirección contraria. Caminaba con chanclas de piscina y calcetines blancos más mojados que un bacalao del Cantábrico. "Buen camino" nos dijo. Y encima nos regaló una sonrisa.


Me di la vuelta y miré al Sr. Bellete que parecía una sopa pintada por Andy Warhol. Y me quedé mirando su sombrero. Giré la cabeza y miré el mío. No nos habíamos dado cuenta de ellos. Nosotros estábamos mojados, pero nuestros sombreros parecían una boceto de Picasso después de una juerga.


Empezamos a reirnos. Nos reimos tanto que tuvimos que parar el caminar. Allí estábamos. En la cima de un monte, junto a la Costa da Morte. Muertos de risa. Sin poder hablar del esfuerzo. Sin poder parar de reir.


Después de todo, ¿qué es el camino sin esfuerzo y desesperación?


El Sr. Bellette y un servidor no saben hacer el camino sin sufrir un lavado a conciencia, por dentro y por fuera.


Y que así siga siendo.

domingo, 18 de septiembre de 2011

¡El mar! ¡La lluvia!
















El óxido nitroso que en forma de aguardiente nos habían regalado en O Argentino se nos empezó a terminar a eso de las seis o las seis y media de la tarde. Justo nos dio para llegar a Quintans. Estábamos a escasos cinco kilómetros del mar, pero las piernas ya no daban más. Hicimos noche en el hostal Plaza de Quintans. Como no había habitación para compartir, hubimos de dormir cada uno en una enorme cama de de matrimonio. ¡Qué se le iba a hacer! Estas son las cosas del camino...



Antes de dormir nos regalamos una agradable cena: tortillón de patata y carne guisada con unas pequeñas y riquísimas patatas, coronada por un tiramisú. Después de cuarenta kilómetros y una buena cena, dormir fue el colofón perfecto.



Dejamos el hostal de Quintans a eso de las ocho y media de la mañana con el chasquido de las moscas muriendo en la trampa eléctrica en nuestros oídos. Por delante de nosotros, a escasos doscientos metros, pronto vimos a nuestra amiga italiana, aquella de Vilacerio, comiendo camino como una valiente. Debía haber salido desde el albergue de Dumbría a eso de las cuatro o las cinco de la mañana. Indudablemente, su destino era Muxía.



Seguimos su caminar por bosques y laderas, a través de parroquias ínfimas y bellas iglesias románicas de vieja y carcomida piedra gris.



A eso de las diez o las diez y media, después de coronar la enésima cuesta, tras un giro a la derecha del camino a través de un pinar, dimos con el mar por primera vez en aquel camino.



¡El mar, Sr. Bellette! ¡El mar!



De allí nos dejamos caer por la cuesta con los ojos prendidos en el océano.



¿Qué tendrá esa visión que siempre me domina?



Llegar andando hasta el mar, hasta el fin de la tierra, el sueño del peregrino. Allí al frente estaba la ría de Camariñas, enorme y esplendida. Repleta de barcos pesqueros y pueblecitos dispersos, como en toda Galicia, pero junto al mar.



Alcanzamos Os Muiños bien descansados. Subimos la cuesta que nos regalaba el camino hasta llegar al cruceiro de la iglesia. En ese momento empezó a llover.



¡La lluvia, Sr. Bellette!



Parece que nunca podemos escapar a ella. Fría, continua, inmisericorde. Nos mojó sin descanso durante los siguientes cuatro kilómetros. Casi no disfrutamos al llegar a la playa de Muxía. Cruzamos el arenal como una sopa, mojados hasta los higadillos. Uno suele disfrutar al caminar por las playas, me encantan que sean largas e interminables. Sin embargo, cruzar aquella playa bajo la lluvia se me hizo interminable. Dimos con nuestros huesos empapados en un hotel frente a la playa. La italiana cogió la enorme cuesta que remontaba la colina que conducía al albergue de Muxía. Mentalmente la despedimos y nos sentamos en el bar de aquel hotel para secarnos un poco.



¡Secarnos un poco! ¡Viva la ironía!



Mientras degustábamos nuestro habitual zumo de naranja, miraba yo melancólico por la ventana el caer de la lluvia sobre el mar. Nada más placentero si no tienes que salir a caminar.



"Relájate, Señorito Juárez", me dijo el Sr. Bellette, "tarde o temprano amainará, amigo".



Tarde o temprano. Nada dijo de secarnos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El peluquero del Azor

Con el gaitero loco en la cabeza enfilamos la cuesta abajo hacia Olveiroa. Dejando atrás Lago y el enorme embalse, llegamos primero a Ponte Olveira. Allí decidímos descansar en un curioso y agradable albergue privado que no figuraba en nuestras cartas de navegación. Justo antes del puente, con aspecto efímero y prefabricado, nos dejó tomar un respiro. Entramos en el bar y nos sentamos bajo una impactante foto de la desembocadura del rio Xallas en Ézaro, una cascada asombrosa, digna de visitar. El paisano nos sacó una botella de nuestro querido Viña Costeira y lo que el definió como una tapa: seis pedazos de lomo de cerdo adobado frito, seis lonchas de jamón serrano, seis trozos de queso de tetilla y seis trozos de chorizo maravilloso. Menos mal que las tapas sólo son así en Galicia, que si no...



Con la panza llena y contentos de que exista el Viña Costeira retomamos el camino cruzando el puente. En pocos minutos llegamos a Olveiroa, a eso de las 12:30 del mediodía. Una italiana rubia nos desafió con un sprint digno de las olimpiadas. Supusimos que ella creía que nos dirigíamos al albergue y pretendía tomarnos la mano. ¡Qué tía más fina! No dijimos nada y la hicimos echar el resto en la cuesta que llevaba al albergue. En un recodo se confundió y acabó en la puerta del albergue privado. Desesperada se volvió y nos dedicó una mirada de pena. El Sr. Bellette y un servidor la sonreimos y la animamos a continuar. Siguió apretando hasta llegar al albergue. Allí nos despedimos de ella y seguimos nuestro camino ante su sorpresa.



Aún divertidos por la carrera de la italiana, empezamos a descender hasta la ribera del Xallas, siguiendo los mojones.



Cuesta arriba, cuesta abajo. Ora un puerto de primera. Ora un descenso hasta el infierno.



A través de un campo de molinos de viento y ya bajo la lluvía, abandonamos el camino que llevaba directamente a Finisterre y tomamos la via de Muxia. Destino, Dumbría.



Después de que amainara la llovizna, después de catorce kilómetros entre los eucaliptos, llegamos al pueblo de Dumbría. No con demasiado hambre, la verdad. Un poco mojados por fuera y secos por dentro. Tras recorrer un kilómetro por dentro de la población nos acercamos hasta el restaurante O Argentino. Restaurante, tienda y bazar de electrodomésticos. Que quien diga que en Galicia no puedes verlo todo...



Nos recibieron con frialdad. Un vino tinto un poco peleón y sin pincho. Pedimos comer. Judías y zorza. Con el frescor de la lluvia, las judías eran la mejor opción. Claro, que los dos esperábamos unas judías estofadas y no las judías de la huerta de atrás que nos pusieron. Eso sí, maravillosas, verdes parduscas y con unas habas del demonio de grandes. Antes de que llegara la zorza y nos terminaramos la botella de Viña Costeira de rigor, los paisanos se dispusieron a tomar un pote de impresión en la mesa de al lado. Con la tele puesta a todo meter, los comentarios nos hicieron congeniar. Entre todos ellos había un hombre de unos setenta y ocho años, la mar de simpático. El tío había sido peluquero en Azor, el yate del general Franco. Las cosas que tiene la vida, yo con la camiseta negra del Centro de Investigación de la Guerra Civil Española y hablando con el peluquero del barco de Franco.






Hablamos de todo y nos hicimos tan amigos que nos invitó a probar todos los aguardientes creados por gallegos a lo largo de la historia, alguna tan fuerte que sentí que la gasolina abrasaba mi garganta. Desde luego que nos recuperamos en O Argentino. Rotas las distancias y recelos, todos el mundo es bueno y amable con los peregrinos. Le conté al peluquero lo del gaitero solitario y nos costó otro trago de crema de orujo.



Menos mal que somos abstemios, Sr. Bellette. En ese momento fue cuando estuvimos seguros de que llegaríamos a dormir a Quintans. Unos pocos kilómetros más, hasta sumar los cuarenta ese día.



Aunque todo tiene truco. El orujo del O Argentino era en realidad óxido nitroso y nosotros, fórmula uno.






¡Ay, Alonso, si tu Ferrari llevara orujo gallego y no esos aditivos italianos de medio pelo!

viernes, 16 de septiembre de 2011

Un gaitero en una peña







Salimos del albergue de Vilacerio bien pronto en la mañana. El frescor, el sol y el aroma de los maravillosos eucaliptos nos empujó cuesta arriba (¡Cómo no!) haciendo de nuestro paseo una verdadera delicia. Entre vallas vetustas de piedra barbada y prados verdes de un brillo increíble nos dejamos ir. El Sr. Bellette señaló nuestro lento caminar cuando fuimos adelantados por un furibundo peregrino de roja mochila. Quién sabe qué perseguía aquel paisano con esas prisas y a esas horas.

Nuestro objetivo de aquel día era Dumbría para dormir y Olveiroa para comer. Pasados Bon Xesús empezamos a subir sin descanso cuestas empinadas como sábados sin fiesta. Llegamos con la lengua fuera a Vilar do Castro y yo miré mis cartas de navegación prudentemente impresas por el Sr. Bellette.

"Nos toca subir el monte Aro, amigo", confirmé al segundo y la risa floja nos conquistó. Era la quinta subida del día y ya iban en este viaje... Abandonamos las rampas de clazada y entramos en caminos de monte, con pinos, eucaliptos y toxos. Más pinos que otra cosa. Allí nos adelantaron dos o tres ciclistas y dimos con nuestro amigo francés, Frèderic. Caminaba cargando la pierna derecha pues se había lesionado en la izquierda. Ralentizamos nuestro paso y o adecuamos al suyo, compartiendo un par de kilómetros. Allí nos dimos cuenta que el monte Aro lo habíamos subido ya, triste de mí que no manejo bien la navegación. Seguro que fue la influencia del zumo de naranja de aquel villorrio.

Comenzamos el descenso hacia Lago y nuestro gabacho comenzó a rezagarse, que subir cuesta pero bajar es el infierno.

En un momento salimos a un claro del pinar. Allí había un grupo de peregrinas charlando en un cruce del camino. Saludamos y seguimos. Fue entonces cuando lo escuché.

El viento traía una bella melodía. Un son de gaita que rasgaba el aire y te insuflaba ánimos. Y de qué manera. El Sr. Bellette me miró sorprendido. Cerré los ojos y rogué porque no fuera un maldito móvil.
No lo era.

En el centro del claro del bosque había una peña de unos veinte metros de altitud. Sobre ella, sentado a horcajadas de una pequeña roca, descansaba un gaitero.

No me lo podía creer. Estas cosas sólo ocurrían en las películas. O estaban preparadas.


"Cómo están algunos", dijimos a la vez el Sr. Bellette y un servidor. Luego recapacitamos. Aquel gaitero estaba alegrando el camino a los peregrinos. Nadie más que caminantes desde el lejano Santiago pasaban por allí.La estampa fue inolvidable. Caminamos en silencio la larga curva que rodeaba aquella peña, la peña del gaitero. La maravillosa música de aquel instrumento perfecto nos acompañó durante tres o cuatro kilómetros.

Aquel caminar con mi amigo, con el camino de Santiago, con el bosque, con el olor de los pinos y los eucaliptos, con la sonrisa de todos los peregrinos que nos encontrábamos... Doy gracias por todo. Por Galicia, por el camino, por la música, por las gaitas, por aquel loco gaitero subido a una peña. Por mi amigo, el Sr. Bellette. Por el Camino de Santiago. Por mis piernas, que me permitieron estar allí.

Otro momento inolvidable, ¿verdad, Sr. Bellette?

viernes, 26 de agosto de 2011

Durmiendo en Manhattan







Bajando desde el otero del Mar de Ovellas rodamos sin dilación hasta el pueblo de Negreira. Antes de llegar allí cruzamos el bellísimo puente medieval de Ponte Maceira. Cruzándolo pensé que me movía más allá del espacio y entraba en otro tiempo, cuando caminar era obligatorio y los puentes, maravillas creadas para el hombre, permitían salvar temibles obstáculos. Un segundo de descanso, una foto, un poco más de aire y nuevas energías para afrontar otra cuesta más.

Después del evocador puente, llegamos en un suspiro a Negreira. Tras un poco de Viña Costeira para apaciguar el calor y secar la enésima sudada, marchamos hacia el albergue a través de un pórtico pétreo hermosísimo. El albergue, abarrotado. De regreso al pueblo para alimentarnos, coincidimos con varios peregrinos. Uno en particular iba refunfuñando. Había llegado a Santiago desde Francia de un tirón. El cura olvidó nombrarle en la misa del peregrino y mostraba su disgusto y enfado.

"El pelotudo se olvidó de mi nombre... Después de todos esos días y esta maldita mochila". Cabreado como buen argentino, pensé. Luego miré su mochila.

Para suicidarse.

Comimos en la Casa de Comidas La Mezquita. "Serán de Córdoba", dijo el Sr. Bellette. O de Toledo. O de León, que nunca se sabe. Una sopa excelente, ensalada y un buen filete nos abrazaron con un buen tinto de la tierra. Mientras comíamos, un tropel de gigantescos teutones entró a comer. El más pequeño, más alto que un servidor y eso que rondo los 191 cm. El más alto era el ciclista más descomunal que nunca llegué a ver. Casi no entraba en la mesa. Entre cerveza y cerveza, risas brutales y chanzas en su ininteligible idioma, todos los que allí comíamos no podíamos quitarles los ojos de encima.

Abandonamos Negreira bajo el sol, con el sello en nuestra credencial y camino de Vilacerio, en busca de nuestro albergue. Dos horas y media de caminata entre bosques viejos y nuevos que nacen con las cicatrices del devastador fuego pasado.


A punto de perdernos en A Pena gracias a una flecha mal pintada por algún graciosillo o por un voluntario confundido. De allí, con un refresco en el estómago, hasta Vilacerio, un paseo. Pero con más de treinta kilometros en las piernas. Llegamos al albergue hacia las cinco y media de la tarde, justo cuando empezaba a levantarse una brisilla perra que además de llevarse el calor traía la pestilencia de la paja fermentada bajo los plásticos negros.


Y en Vilacerio me sentí una vez más como el náufrago que cantaba The Police. Igual que si estuviéramos en Manhattan. Sólos entre una multitud. Claro que la multitud era inapreciable y la soledad lo era todo. Dos franceses, uno lesionado, un coreano y una italiana fueron nuestros compañeros en aquel albergue. Lo mejor de todo, compartir la cena con Frèdèric, un francés cultísimo que venía andando por el camino norteño y seguía, como nosotros, la ruta de Muxía hacia Finisterre. Conn un español excelente y un poco atropellado, quizás por la influencia de sus veraneos en el sur de España, la charla con el parisino nos alegró el fresco atardecer. Más frío que otra cosa. Un aire que no auguraba nada bueno. Frèdèric marchó un momento a por su forro polar. El Sr. Bellette y un servidor aguantamos el relente estoicamente. Que somos de La Granja. Jodidos de frío, pero contentos. Como tiene que ser.


A las diez y media, respetando el horario monacal de los albergues, nos fuimos a la cama. A las once de la noche, dormidos. La mayoría. Entre el suspirar de la italiana, el ronquido leve del coreano y respirar fuerte de los demás, caí paulatimente en la inconsciencia, recordando tiempos pasados cuando dormía con multitud y la multitud me acunaba.

domingo, 21 de agosto de 2011

Coronando el Mar de Ovellas














Bien prontito salimos del hotel a nuestra tradicional parada en la cafetería Derby de Santiago, donde nos esperaba un magnífico chocolate con churros, alimento básico para cualquier peregrino que se precie.



Con el estómago lleno y rebosantes de optimismo, cruzamos la plaza del Obradoiro, dando la espalda a la catedral. Una mirada furtiva hacia la seo, justo cuando empezábamos a descender la empinada cuesta das hortas con el Hostal de los Reyes Católicos a nuestra derecha y un suspiro pegado a un anhelo: "A ver cómo volvemos".



Salimos de la ciudad por un curioso barrio de casitas que más bien parecía una transición de la ciudad al hábitat disperso que nos íbamos a encontrar. Pronto, empezamos a vernos rodeados de más naturaleza y menos casas. Y siempre cuesta abajo.



"Esto lo vamos a pagar, Sr. Bellete. Que después de bajar hay que subir".



Media sonrisa y a seguir caminando. Cruzamos un puente sombrío -la mañana era bastante fresca- y, justo después, empezamos a subir. Y no dejamos de hacerlo en todo el día. Andarines que somos por nuestro entorno natural, cuesta arriba damos nuestro verdadero rendimiento. Desde el mismo momento en que se empinó el camino, empezamos a remontar peregrinos y no lo dejamos de hacer en todo el día. Ni uno solo fue capaz de darnos alcance, mantener nuestro ritmo y pasarnos. Y mira que vimos. Desde las ocho y media no paramos de juntarnos y pasar grupos de caminantes. Aparecían de cualquier lado. Incluso encontramos unos cuantos que salían de un chamizo abandonado y medio derruido.



¿Brotarán del camino?



Pasada la primera hora y media ya habiamos subido nuestro primer monte, el Alto do Vento. Y yo que pensaba que no subiríamos tantas cuestas este año...



Llaneando después del alto y bajando ligeramente seguimos cogiendo peregrinos. Uno se nos resistía. Lo teníamos allí, a ochenta metros, pero no lo echábamos mano. En una pedanía se detuvo a beber agua y logramos adelantarle. Nos saludamos. Como hacen los buenos peregrinos. No era español. Parecía francés. Gracias a su sed llegamos antes al bar y pudimos tomarnos los dós últimos zumos de naranja naturales.



Fueron providenciales.



A los pocos minutos entramos en un bosquete que empezó a cerrarse hasta convertirse en pinar.



Y el camino se empinó y empinó. Como en la Cruz de la Gallega. Como en la maldita Costinha de Canedo de infausto recuerdo. En la primera gran rampa adelantamos a unos quince peregrinos. Los chicos, tumbados a la sombra, bebiendo agua a raudales. Las chicas, buscando un espacio apropiado para un buen campo de minas humanas.



"Señorito Juárez, aquí dejamos las tripas".



Y empezamos a subir el maldito alto del Mar de Ovellas. ¡Qué cachondos estos gallegos con los nombres! ¿El mar de ovellas? ¿Dónde están las ovellas? Ni una solo vimos. Claro, que sólo habría faltado eso. Tener que cruzar un rebaño de ovellas o que nos hubiera amurcado un carneiro o los perrazos del pastor...



El camino se hizo eterno. Cuesta tras cuesta, sin descanso. De vez en cuando, un banco. Una curva adoquinada. Y más cuesta. Y hacia arriba. En un banco nos sentamos para tomar un poco de agua y recuperar el resuello. Miré nuestro mapa del camino.



En la cima había una fuente.



Apretamos el paso para poder coger agua fresca. Salimos del camino de tierra cubierto por los árboles a una pista asfaltada. "Ya queda poco, Sr. Bellette. Está claro que por la pista caminaremos muy poco".


¡Ay, que ignorante soy!



Otro kilómetro y medio hasta que se apaciguó el monte. Llegamos a la fuente. Muy bonita. Con una guarda de piedra y un bosquete dando sombra.



Y más seca que el ojo de la Inés.



Iniciamos el descenso empapados en sudor. Era la segunda caladura del día.



"Mucha cuesta y mucho sudor, Sr. Bellette. Espero que no sea la tónica del día".



En fin, cuanta ignorancia, Señorito Juárez.

sábado, 20 de agosto de 2011

El Sr. Bellette se va a Santiago



"Este año volvemos a Santiago, Señorito Juárez", me dijo el Sr. Bellette mientras tomábamos un vinito en el Hotel San Luis. No contesté. El Sr. Bellette siempre tiene razón. Cinco meses después, con un saco de piedras más pequeño y cómodo que el año anterior, mirábamos cómo el tiempo pasaba a través del ventanuco del tren.



Me encanta viajar en tren. Puedes moverte a placer. Los asientos son más cómodos, las ventanillas, enormes. Hay cafetería. O algo parecido. Y si te das prisa y compras con antelación, puedes viajar en primera a buen precio. Bueno, ahora se llama preferente, que eso de primera suena a clasismo. Claro que preferente, snobismo puro.




Y surrealismo.




¡Menuda preferente! Del frío polar a calor desértico. Por supuesto, el automatismo de las puertas roto, especialmente el de aquella que conduce a los servicios, para que la adorable fragancia complete un escenario "preferente".




Y seis horas y pico de viaje. Que desde Puebla de Sanabria pareciese que montásemos diligencia del XIX.




Molidos por el viaje llegamos a Santiago de Compostela listos para iniciar el Camino. Una vez más. El año anterior habíamos entrado. Ahora tocaba salir. "Que más importante es marcharse de Santiago que llegar", me había confesado Ángel, director del Instituto de Bachillerato de Collado Mediano. Eso hicimos. Llegar a Santiago para irnos. Coger el único camino que sale de allí. Desde la plaza del Obradoiro, por la calle das Hortas. Una cuesta empinada hacia abajo de mil demonios. Allí está la primera concha dorada sobre fondo azul. Allí está la primera flecha amarilla.



Allí estábamos el Sr. Bellette y un servidor, a las diez y media de la noche, contemplando nuestro camino del día siguiente. Rodeados de una multitud escasa de jóvenes y felices cristianos convocados a las jornadas mundiales de la juventud, desconocedores de lo evocador de sus atuendos. Todos éstos, miembros de grupos scout cristianos, paseaban felices por las principales calles de la ciudad luciendo atuendos semejantes a las terribles SA de Erich Rohm. A ellos parecía no importarles.




Total, ¿a quién le importa la historia hoy día?






Un poco apenados por la falta de multitud, decidimos homenajearnos. Animarnos para el duro camino que nos esperaba. Y si uno quiere hacer tal cosa, Santiago de Compostela es el lugar apropiado.






Empezamos en el bar Orense que está en... ¿Parece que pone Plaza de Franco, Sr. Bellette? "No lo sé, Señorito Juárez. Desde aquí no lo veo bien. Será el vino". ¿Quien Sabe? A cincuenta céntimos la taza de Ribeiro a cualquiera se le nublaría la vista. Creí haber llegado a la plaza por la travesía del mismo nombre...






Acabada la penúltima taza, la inevitable cuesta abajo nos llevó hasta Casa Camilo. Igual que el año pasado. A ver si alguien arregla esa pendiente. Que conduce al pecado. Y no veas como sienta. Un terraza en cuesta y una botella de Viña Costeira.






¿Quién podrá resistirse?




Almas débiles que somos ante el pecado, hubimos de lidiar con un pulpo asombroso y unos mejillones tan grandes y deliciosos que no hacía falta vestirlos. Ni casi limpiarlos. Conchas coralinas y cuerpo desnudo. Ni salsa. Ni limón. Ni leches. Menudo manjar increíble. ¡Qué razón tenía Celestino, químico de la Real Fábrica de Cristales de La Granja! "Las comidas de los pobres, los ricos envidian". Esos mejillones de cuatro perras la ración fueron insuperables. No nos quedó más remedio que atacar las gloriosas zamburiñas para olvidar el rojo manjar.




Para terminar, jugamos a la ruleta rusa. Para divertirnos un poco, que somos castellanos. De gustos recios y alma de piedra. Como no teníamos pistola ni balas, pedimos una ración de pimientos de Padrón. No sé los que comimos, pero todos fueron de fogeo. recordé entonces un artículo que decía que habían especializado la producción para que no picaran pues en España no gusta el picante y tienen mejor salida comercial los pimientos dulces.






Si pillo al notas ese le meto en la boquita de piñón media docena de chiles serranos. Así, para que despabile. No te digo...






De vuelta a nuestro extraño hotel de llegada, el Rosa Rosae, en la calle de la Rosa (por si no había quedado claro), encontrado por nuestro agente secreto en Santiago, Conchi Cuesta, tras un paseito bajo la fresca noche compostelana iba yo pensando lo bien que este año estábamos empezando.






"No te preocupes, Señorito Juárez, que el Camino nos pondrá en nuestro sitio".



Como ya he dicho, el Sr. Bellette siempre tiene razón.

miércoles, 10 de agosto de 2011

¿CORRIENTES IDEOLÓGICAS? NO, GRACIAS


Veía el otro día estupefacto, mientras corregía un trabajo de uno de mis alumnos sobre un relevante personaje de la guerra civil española del siglo XX, cómo éste dividía la historiografía española relativa a tan manido asunto en historiadores republicanos e historiadores franquistas.


Mi primera reacción fue la indignación por el grave error cometido al confundir ideología y corriente historiográfica y, por tanto, suspender al alumno y acompañar el viaje con una sonora reprimenda.


Sin embargo, recordé haber leído el día anterior, con la misma sensación de asombro, el artículo de Santos Julía en el Diario el País acerca de un polémico documental emitido por Telemadrid acerca del inicio de la citada guerra civil y el uso parcial y al servicio de una ideología hecho por los creadores del citado film. Así lo habían manifestado los asistentes al coloquio posterior, entre ellos historiadores de gran prestigio como Julio Aróstegui o Antonio Elorza.


Dado que no tengo esa televisión al alcance de mi mando a distancia, pregunté a mis amigos historiadores sí habían accedido al visionado. Desde José María Marín Arce hasta Manuel Ladero, pasando por Ángel Herrerín y Juan Avilés, todos me confirmaron lo dicho.


Y yo no salía de mi asombro. ¿Cómo es posible que para analizar un hecho histórico básico haya que establecer una dualidad ideológica? ¿Desde cuándo la opinión es esencial para la comprensión del hecho histórico?


Rebusqué en los pilares de mi formación y no pude encontrar respuesta. Es cierto que hace ya mucho tiempo que estudié la carrera, pero entre la base recibida, la ideología no era más que otro objeto del estudio, no de la formación del pensamiento del historiador. Los historiadores se alineaban en corrientes historiográficas que diferenciaban aspectos formales y filosóficos del concepto de la historia, de los procedimientos empleados en su investigación. Del objeto de esa investigación.


Así, desde la escuela de los Annales de Marc Bloch y Lucien febvre, hasta la historia global de Fernand Braudel, pasando por todas las corrientes existentes y existidas durante el pasado siglo, como bien mostraba mi tocayo, Edward H. Carr en su famoso ensayo ¿Qué es la Historia? (ARIEL, 1983), objeto y método de investigación centraron nuestros esfuerzos historiográficos, nos definieron y alinearon en flumenes. No se aproximaba uno al objeto de conocimiento desde el yo, sino desde un punto de vista despersonalizado que permitiera analizar todas las variables sin injerencia personal alguna o, lo que es lo mismo, desde un punto de partida impersonal.


Al parecer, todo eso está siendo olvidado. Las corrientes historiográficas discutían la importancia de los diferentes factores que conformaban el hecho histórico, sus causas y consecuencias. Ahora, se juzga a la ligera en un escenario analítico de buenos y malos, maniqueo, falso y, sin lugar a dudas, acientífico.


Y por más que me esfuerzo, no logro comprenderlo. El hecho histórico es objetivo. Ha ocurrido. Ya está. Sus consecuencias, también. Es en el análisis de las causas donde resulta que, ahora, en el siglo XXI, en España, nos enganchamos a “corrientes ideológicas” y no a planteamientos historiográficos científicos. Asistimos a debates pseudohistoriográficos donde se valora y no analiza científicamente, el comportamiento y la motivación de tal o cual personaje. En ese sentido, el General Franco se ha convertido en el epicentro de esta vorágine. La ideología ha roto fronteras y suplantado a la historiografía y así nos va.


El pasado 18 de julio, septuagésimo quinto aniversario del inicio de la infausta guerra civil española, vi un documental sobre la efeméride y el personaje angular de este hecho histórico. Varios especialistas aparecían analizando al personaje, entre ellos eminentes hispanistas como Paul Preston o Stanley Payne. Junto a ellos, el director del documental tuvo la deferencia de incluir la opinión de varios falangistas para ajustar con su autoridad lo dicho por los investigadores científicos. Claro, pensé, habrá visto todos esos trabajos científicos donde se analizaba y discutía la figura de Adolf Hitler entre historiadores y nazis, o la de Benito Mussolini con científicos y camisas negras, pues sus aportaciones, además de objetivas, resultaban capitales para comprender un hecho histórico que, desprovisto de la componente ideológica, personal y sentimental, se convierte en uno más dentro de la sucesión de hechos históricos que conforman la evolución histórica de una sociedad humana.


Sarcasmos a parte, quedé petrificado ante la perspectiva de la historia como ciencia ante el impacto de la influencia de la ideología. Evidentemente, ya no hablaremos de la romanización, sino que describiremos el proceso como la expansión imperialista de los romanos que acabaron con la identidad nacional de los pueblos. Veremos los restos de ese proceso como heridas en el panteón de los valores nacionales de nuestra sociedad. Y lo mismo nos ocurrirá con los visigodos. Y con los musulmanes, mucho más. Crearemos comités de expertos y sabios para ver qué hacemos con la Mezquita de Córdoba o con el acueducto de Segovia. Habrá que cambiar los libros de texto de los niños y aleccionarles en este nuevo perfil historiográfico, por supuesto sometido a revisión cuando los tiempos cambien y los buenos se tornen en malos y viceversa.


En ese momento, el suspenso de mi alumno quedó en suspenso, si me permiten el juego de palabras. Al fin y al cabo, la apreciación de mi alumno se basaba en lo que el entorno “historiográfico” le mostraba. Y yo me quedé perplejo durante unos cuantos días. Y pensando en el concepto que resume todo esto: el revisionismo. Palabra caníbal, que diría el gran Gianni Rodari. Lo mismo da que se emplee en uno o en otro sentido. Es igual de horrible. La historia no se revisa. Se investiga. Se discute y argumenta de modo científico. Y muy mal vamos si no somos capaces de ver esto.


Indudablemente, camino de la chabacanería historiográfica.


Quizás por ello, ¿quién sabe?, me incliné por la Edad Media. Allí sólo hay historia. Las ideologías son para las mentes jóvenes e inexpertas. La mía ya no lo es.

viernes, 5 de agosto de 2011

EL CAMPO DE BATALLA: ESCENARIO DOCENTE



El próximo miércoles, dia 10 de agosto, la Asociación CIGCE llevará a cabo la segunda excursión al campo de batalla en el marco de los actos conmemorativos, financiados por el Ministerio de la Presidencia, del Simposio Internacional 75º Aniversario del Inicio de la Guerra Civil Española. La participación está abierta a todos aquellos que quieran acercarse al CENEAM, en Valsaín, a las 10:00 del citado días, donde sus expertos guías, en colaboración con el CIGCE, desentrañarán las características de la posición del Cerro del Puerco.


Una gran oportunidad de pasar una mañana en el boque rodeados de naturaleza e historia.

lunes, 18 de julio de 2011

Entre Holocaustos, efemérides y ocurrencias de un pelirrojo

Llevaba tiempo queriendo escribir sobre el último libro del Maestro Paul Preston (El Holocausto Español, Debate, 2011) y no tenía fuerzas para hacerlo. Cansado de hablar de ello con ilustres colegas, ciertamente motivados por la originalidad de la obra y por la, a mi entender, profundidad ésta.

No encontraba el momento. Ni la situación. Quizás porque aún sentía el pavor y el escalofrío espeluznante que recorrió mi espinazo de la primera a la última página.

La obra en sí, un compendio, creo, definitivo de la barbarie, del odio atroz e inmisericorde desatado por décadas, siglos, de injusticia social. El Maestro Preston, con una prosa tan ágil y liviana que me obliga a pensar en él como un español de Liverpool, analiza el leviatán desatado con la locura liberada hace hoy setenta y cinco años.

Después de haber escuchado al gran Santos Juliá hablar sobre Azaña, a Enrique Moradiellos limpiando el ensuciado rostro de Negrín, a Julio Gil-Pecharromán desenmascarando al verdadero José Antonio libre del feo disfraz que le puso el franquismo; después de haber leído el último libro de Ángel Herrerín sobre la construcción del anarquismo español (Anarquía, Dinamita y revolución social, Libros de la Catarata, 2011), de haber charlado hasta la saciedad con el Maestro Juan Avilés, el gran José María Marín Arce y tantos otros monstruos que hacen que el impenitente parlanchín que es un servidor guarde silencio, estoy seguro de que, al igual que Alicia, he sido capaz de cruzar el espejo y mirar hacia atrás sin el apasionamiento innato que nos ciega siempre a los españoles.

Y de eso se trata. Nada más. Hay que trascender a la realidad propia. A los abuelos encarcelados y perseguidos. A los abuelos asesinos. A las abuelas violadas y las que enmantilladas celebraban las ejecuciones. A los tíos, primos, amigos, conocidos y vecinos insensatos, felices de la roja sangre que embadurnaba sus manos.

Hay que cruzar el espejo, digo. Comprender que los siglos de hambre, de absoluta injusticia nos avocaron a una catársis, a una orgía de destrucción. Si bien algunos pueden acusar al Maestro Paul Preston de haber colocado a todos los muertos en fila a modo de eterna cola, semejando las catastróficas oficinas del desempleo, buscando ese efecto, yo le defiendo. ¿Quién había hecho eso antes? ¿Quién había mostrado aquella monstruosidad?

Algunos le acusan de ser inglés, de no ser español y, por ello, mostrar una sociedad terrible, violenta, sin piedad. Donde la violencia es moneda de cambio. "Hay más violencia en dejar un pueblo sin sustento, sin trabajo, sin comida, que en muchas orgías de disparos", que dijo Julio Gil-Pecharromán. La sociedad que solo conoce la violencia, únicamente producirá catástrofes, como bien sabe mi querido Ángel Herrerín, bien descrito en el concepto acuñado por él de la "propaganda por la represión".

Y si es inglés, ¿qué más da? Ya he dicho que es un español de Liverpool. Seguro que le gustó aquel spanish Liverpool de Reina, Torres, Arbeloa y Benítez. Además, no hay que olvidar que hemos sido muy brutos en este país para evolucionar. Socialmente, se entiende. Cuando eramos brutos sí evolucionábamos rápido. No hay más que ver los prodigios de Atapuerca.

Ahora, socialmente... Cataluña abominó de los Borbones en el XVIII cuando traían una idea más prospera de sociedad que la caduca y rancia España de los Austrias. Qué decir del liberalismo. Apaleados salieron los franceses con un Napoleón ojicuádrico ante esa barbarie escondida en los galantes y pintorescos españolitos retratados por Bayeu... Ya se encargó Goya de mostrar el Leviatán que escondemos. Qué decir de los continuados intentos fallidos de constituir sociedades más justas: de sistemas liberales burgueses destruidos por los espadones bigotudos y bárbaros a repúblicas burguesas aplastadas por un ejército intervencionista y sustentado por un pueblo famélico e ignorante, apoyado en la religión y el culto al emperador romano o al rey, que lo mismo da.

Y nos sentimos orgullosos de ello. ¡Será posible! Y nos quejamos de que un guiri nos cante las cuarenta. ¿Quién lo va a hacer si no?

En esta España donde florecen los revisionistas sin vergüenza ni quien se la ponga. Donde los historiadores "equivalentistas" lo solucionan todo con un borrón y cuenta nueva, con lo mismo ocurrió en ambos lados, sin parar a pensar que ya de por sí resulta cómico-trágico equiparar la crueldad de Franco y Mola con la candidez un tanto estulte de Azaña o los arrestos arrugados de Indalecio Prieto, como para intentar institucionalizar tal aberración no ya en el ámbito académico sino en lo social.

Yo recomiendo encarecidamente ver la vieja película de Jaime Camino (La Vieja Memoria, Jaime Camino, 1977) y escuchar a los protagonistas justo después de haber leído al Maestro Paul Preston. Resultará muy sencillo analizar el discurso mimetizado de los falangistas y derechistas, las desavenencias entre comunistas y anarquistas, la pérfida estupidez de los nacionalistas y el resultado final de todo ello: el Holocausto Español.

Y es ahora cuando recuerdo el pelo rojo desaliñado de mi querido hijo Eduardo refulgiendo entre los parapetos del Cerro del Puerco: "Papi, papi" me gritaba. " Qué sitio más bueno para jugar al escondite".

La sonrisa, como siempre que pienso en la guerra civil, se me cogeló.

En esas estamos, como siempre. Como antaño. Como nunca. jugando al escondite. Y el futuro, Dios dirá. O no.

Al menos espero que Paul Preston no sea del Everton.

lunes, 11 de julio de 2011

Y presentamos VERRUM









Bajo la inmensidad de la cúpula de la Real Fábrica, donde uno se siente como en el salón de embajadores de la Alhambra pero con mucha más luz, pudimos ofrecer a un nutrido grupo de amigos y curiosos la edición de Verrum. A pesar de las críticas del profesor Ángel Herrerín a la falta de sexo entre las páginas de Verrum (¡Qué falta de imaginación! Que no lo escriba no quiere decir que no lo haya) y sus cariñosas chanzas al autor, la gran aventura que recorre las páginas de Verrum sumerge al autor en una búsqueda pues, al fin y al cabo, de eso se trata la vida. De buscar. Buscamos desde que nacemos. Al principio, tan solo una teta a la que agarrarnos. Después nuestra identidad, nuestro futuro. Nuestro fin. Y al fin podemos decir que encontramos lo que buscamos y buscamos lo que hemos de encontrar.



Siguiendo los pasos de Jacques-Louis Nègre por el maravilloso Real Sitio de San Ildefonso en gestación seguimos porque desconocemos lo que en realidad nos mueve. Vale la pena perseguir al Oscuro Veneciano por las calles de La Granja. Y por Venecia. También por Escocia y por Stirling.



Gracias a que Herminio Gas cree en la búsqueda que hemos conseguido ver Verrum en papel. Esperemos que mucha gente lo haga. Vale la pena. Seguro que Seamus O'Cullichan estaría encantado. Murron, por descontado. No tanto Curtis Campbell.



Yo, desde luego, lo estoy. Un poco de mi alma inmortal quedó prendada en ellos. Que vivan muchos años y aviven el fuego de la imaginación de muchos. Tantos como lo merezcan.



Un hombre se me acercó mientras firmaba y me agradeció que escribiera sobre La Granja y su belleza porque "se lo merece". Otro me dijo que se había emocionado por que la novela estaba dedicada a mi madre y a mi querida suegra.



Aunque sólo sea por eso.

lunes, 20 de junio de 2011

PRESENTACIÓN DE VERRUM



El proximo sábado, día 9 de julio, en la cúpula de la Real Fábrica de Cristales, Fundación Centro Nacional del Vidrio, tendrá lugar la presentación de la novela Verrum que he tenido la suerte de escribir y poder publicar. Todos estáis invitados, amigos. No perdáis la oportunidad de escuchar al prestigioso historiador Ángel Herrerín y a la profesora de literatura Sonia Agejas, junto con el alcalde del Real Sitio, José Luis Vázquez y el presidente de la Fundación CNV, Francisco Salazar-Simpson. Para vuestra desgracia, también tendréis que escucharme a mí, pero prometo hablar muy poco, lo justo. Vamos, un ratito de nada. Tiempo necesario para que se enfríe la cerveza y el vino se oxigene...

sábado, 4 de junio de 2011

Finding Erik

La primera vez que vi a Erik tenía yo unos diez u once años. Seguro que lo había visto antes, pero no eres consciente de que ves algo hasta que no queda relacionado con uno mismo. Si no me equivoco él ya era alcalde del Real Sitio y se estaba rodando la película Conan el Bárbaro. Era el año 1979 y estábamos en la ruinosa fábrica vieja. Estaba hablando en otro idioma con el mismísimo Conan, una bestia de casi dos metros, con más músculos que nosotros vergüenza. La imágen era paradójica. Nosotros queríamos acercarnos a aquel hombre gigantesco cubierto con un abrigo de pieles, que sujetaba una espada tan grande como mis ganas de divertirme. Tan pesada como las clases de física del Tomate.

En un momento determinado, aquel hombre medio pelirrojo de barba poblada y voz cavernosa se giró y nos sonrió. Todos nos acercamos a la carrera al guerrero musculoso y le rodeamos. Al pasar a su lado me alborotó el pelo cariñosamente.

-Vamos chicos, ¿ tú eres el hermano de Amaia y Ángelito, verdad?

Me detuve un momento, impaciente, y le regalé una media sonrisa forzada. Me la devolvió y me empujó levemente hacia la montaña humana. Corrí y llegué justo a tiempo de ver cómo Conan alardeaba con su espada y nos arrancaba enormes exclamaciones de asombro mudas de propia admiración.

Aquel actor era Arnold Schwarzenegger y el hombre que hablaba con él, Luis Erik Clavería Soria, primer alcalde elegido democráticamente en el Real Sitio después de la dictadura del general Franco.

Los años pasaron, nunca en balde, y, aunque no volví a ver a aquel actor, a Erik lo seguí viendo durante mucho tiempo. De mi relación con él sólo puedo decir que fue de una única dirección: el hablaba y yo escuchaba. El enseñaba. Yo aprendía.

La última vez que charlamos fue hace un año. Yo estaba caminando con mi precioso hijo Eduardo, pelirrojo como él, frente a su casa. Andaba preocupado, intentando imaginar una escena para mi novela Verrum justo en aquel lugar. Erik estaba en el balcón de su casa, mirando con el ceño un tanto fruncido. No le vi hasta que me saludó.

-¿Dónde van los dos Eduardos?
-¡Hola Erik! -exclamé sorprendido-. Trato de ambientar un capítulo de mi novela.
-¿Aquí?
-Sí, justo frente a tu casa. Claro que es durante el siglo XVIII. Igual no estaba.
-Pregúntale a Rita y te sacará de dudas.
-Así lo haré.
-Venga, continúa. Nunca se debe parar el proceso creativo.

Sonrió. Asintió. Se metió en casa y me dedicó un leve saludo con su mano.

Fue la última vez que hablamos.

El pasado miércoles, Erik murió en su casa del Real Sitio y yo siento que me faltó una última conversación con él. Haberle sacado más de su experiencia. De su conocimiento de la vida. De su conocimiento de las personas.

Sin embargo, escribiendo estas líneas en su memoria miro a mi derecha y veo a mi hijo tumbado en el sillón. Durmiendo plácidamente su siesta diaria. Su pelo rojo alborotado y su tranquilo respirar me han relajado.

Después de todo, nunca sabemos cuándo será la última vez.

Después de todo, nunca se sabe qué será lo último.

Aquella mañana, dos Eduardos y Erik. Dos pelirrojos y yo. Tres generaciones. Uno que enseña y otros que aprenden.

Después de todo, sí que fue una gran última conversación.

Hasta siempre, amigo. Hasta siempre, maestro.

domingo, 29 de mayo de 2011

VERRUM, a la venta por fin

Al fin, después de tres años de inspiración entrecortada y casi un año de gestación, ha venido al mundo Verrum, tercer hijo en negro sobre blanco de Eduardo Juárez Valero.
























Para su alumbramiento ha necesitado el autor el apoyo de un buen número de colaboradores: Concha y Eva en el diseño de portada y maquetación, respectivamente; David Ortega, con la maravillosa foto de Saint Denis que copa la contraportada; Sonia, en la paciente corrección del texto final y, por supuesto, Pilar, Eduardo y Sofía, que han soportado al padre de la criatura durante tantos días de molestias, enfados, mohines y demás zarandajas, propias de esos estados de buenaesperanza.

El parto ha sido asistido por el eminente editor Herminio Gas y ha tenido lugar el pasado viernes. La criatura es hermosa. Tiene un saludable aspecto, de negro y rosa neón, terna apropiada para las más difíciles plazas. Ha pesado cuatrocientas trece páginas y es la niña de los ojos de su padre.

El padre-madre de la criatura espera poder presentarla en breve, el próximo mes (que hay muertes repentinas), bajo la cúpula de la Real Fábrica de Cristales del Real Sitio de San Ildefonso.

Se informará puntualmente de la fecha y hora del evento, así como de los orgullosos padrinos que acompañarán el evento.

domingo, 22 de mayo de 2011

José Antonio, Julio Gil-Pecharromán y el entrecot al cava sin cava

Sentados en la hermosa terraza del restaurante La Fragua, a la sombra abigarrada de esos vetustos castaños, desgranaba la personalidad de José Antonio Primo de Rivera el Maestro Julio Gil-Pecharromán. Yo, que estaba sentado frente a él, absorto como suelo absorberme en la dialéctica de los grandes, incapaz de frenar mi imaginación, asití al viaje de mi otro yo, el que no atiende a razones ni requerimientos formales, por un universo paralelo donde cada uno es lo que realmente es.

Y allí me encontré a ese José Antonio, desnudo del disfraz tan feo que le conformó el franquismo y alejado del corsé que la familia, la política y la sociedad le habían colocado. Y encontré a ese hombre queriendo justificar la hornadez de un padre demasiado español. Demasiado militar. Demasiado espadón.

¿Por qué los hijos nos creemos obligados a responsabilizarnos de los padres? Como decía aquel pasaje de la Biblia, ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

Yo me niego a responsabilizarme de nada de lo que no sea responsable y no creo ser responsable de nada de lo puedan mis enemigos responsabilizarme...Que diría un político español universal, de todos los tiempos, de hoy, perseguido por la conciencia de una juventud cuyo futuro ha sido quemado por una clase nueva de mangantes sin escrúpulos, sentados en escaños rojos y azules (No me extraña que odie al Barcelona) y vestidos con chaquetas de postín.

En esas llegó mi amigo Javier con un soberbio entrecot al cava. Pero sin gota de cava, con burbujas castellanas, nos dijo muy serio. Que yo no tengo nada catalán.

La risa se me torció pensando en mi querida España, maravillosa en su diversidad, con sus mil culturas y paisajes. Mil sonrisas y abrazos, todas ellas ensuciadas por este paripé mal vestido de política y nacionalismo. De un país de cavas y quesos, vinos y viandas, gracias, grácies y eskerrik asko, a este cenagal con analfabetos senadores necesitados de intérpretes que les traduzcan lo que cientos de miles de personas gritan desde las plazas de todas las ciudades: no os necesitamos.

En esas apareció Nico con el postre. Una macedonia fresquísima que nadaba en chocolate templado. Mis ojos se abrieron a la vida de nuevo y degusté aquel manjar pensando que cada bocado que daba era un pedacito de esperanza.

Con o sin cava, Javi es el mejor.

lunes, 16 de mayo de 2011

PERSONAJES PARA ENTENDER UNA GUERRA




El próximo viernes tendremos la suerte de poder escuchar al Profesor Doctor D. Julio Gil-Pecharromán hablando sobre José Antonio Primo de Rivera, uno de los personajes menos conocidos del periodo tardorrepublicano y de la Guerra Civil, a pesar de que todo el mundo, incluso hoy, conoce su nombre.




Una oportunidad única para atravesar ese mito creado durante el franquismo y llegar al conocimiento de un hombre y sus circunstancias, que diría Ortega y Gasset.


sábado, 7 de mayo de 2011

Entre Negrín y Enrique Moradiellos, una sobremesa con tarta de queso y piñones

En una mesa cuadrada, de ocho asientos para seis personas, desgranamos un maravilloso menú con el soliloquio asombroso en su erudición del gran maestro Enrique Moradiellos. Caminamos entre lubinas y negrines alejándonos del colesterol, la grasa y los prietistas, con ese hablar tan convincente que posee Enrique Moradiellos, un tanto hipnotizador con ese no-sé-qué asturiano, que no permitió que habláramos demasiado.

Y mientras Enrique nos enseñaba, entre vino y pan, jamón y croqueta, me imaginaba yo lo difícil que es ser reconocido en tu país; lo duro que es el odio de tus enemigos y lo doloroso que llega a ser el desprecio de los, antaño, amigos.

Y su maledicencia.

Que todo se estropea, decía mi abuela María, hasta la hermosura. Y yo pienso que lo más hermoso que se pierde es la amistad cuando está mal cocinada. Cuando uno cree en ella y el otro, no. Que la amistad y el amor son vinos que hay que cuidar con constancia y dedicación.

¡Lástima que el vino de Negrín lo avinagrara Prieto!

Ese punto de triseza percibí en las palabras de Enrique Moradiellos cuando se refería a la amistad perdida, quizás recordando el inexplicabe camino que una mente preclara como la suya ha tenido que recorrer en esta vida académica, a veces plagada de esas orsinis que tanto fascinan a los maestros Herrerín y Avilés.

Y entonces miré mi reflejo en una ventana de la calle del Rey, camino ya de los Baños de Diana.


Sonreí.

La vida no es más dura que el caminar, que dirían Tolkien y Machado, es la forma de andar lo que nos duele.

Bendito Moradiellos, lo que he aprendido en unas horas contigo.

Y tú tambien, mi querido Ángel. Mira que no querer probar la maravillosa tarta de queso de Manolo en el Bar Madrid. Menos mal que recapacitaste.


Nada peor que perderse el dulzor del queso y la suave amargura del piñón atemperando el triste sino del gran Juan Negrín.

lunes, 2 de mayo de 2011

PERSONAJES PARA ENTENDER UNA GUERRA

El próximo viernes, siguiendo el maravilloso programa del Simposio 75º Aniversario del Inicio de la Guerra Civil Española, tendremos la fortuna de poder recibir al prestigioso Catedrático de la Universidad de Extremadura, D. Enrique Moradiellos, quien nos hablará de Juan Negrín. Personaje capital para comprender la historia de la Guerra Civil Española, también se ha convertido en un paradigma de difícil comprensión. Denostado por los socialistas al finalizar la guerra, admirado por muchos, este excesivo personaje, de carisma innegable, ha merecido una profunda revisión en los últimos años, revisión llevada a cabo, principalmente, por el Maestro Enrique Moradiellos.

Como en todo el Simposio, el acceso es gratuito. Os esperamos a todos cuantos os queráis acercar al Real Sitio, a las 18:30, en el salón Siglo XXI del Ayuntamiento.


miércoles, 27 de abril de 2011

Presentación del libro ANARQUÍA, DINAMITA Y REVOLUCIÓN SOCIAL



El próximo 4 de mayo, en el Centre Cultural Blanquerna, será presentado el último libro del profesor Ángel Herrerín López, Anarquía, Dinamita y Revolución Social. Junto al autor, estarán el Maestro Juan Avilés y el profesor de la Univesidad Carlos III, Eduardo González Calleja. Es una oportunidad especial para charlar acerca de la sociedad española del cambio de siglo y comprender el paso del anarquismo por nuestro país, desde su llegada a mediados del XIX hasta la aparición de la CNT. Desde las rebeliones campesinas andaluzas hasta las tormentas de bombas en Barcelona, pasando por la terrible represión indiscriminada de los corruptos gobiernos de la Restauración. De las jornadas de Jeréz, al atentado de la Calle de Cambios Nuevos; de la masacre del Liceo a la no menos sangrienta de la boda de Alfonso XIII. Entre bombas y cuchillos, dinamita y Orsinis, el gran historiador del anarquismo que es Ángel Herrerín reflexiona acerca del terrorismo, de la lucha política y social, de la violencia y de la acción colectiva frente a la individual, de los hombres de acción y de los sindicatos, de los líderes políticos y de las políticas sin líder, haciendo, en definitiva, un retrato social y político del caldo de cultivo sobre el que malgerminó la II República.


Indispensable.

sábado, 16 de abril de 2011

La memoria de los padres, José Andrés Rojo y el ponche segoviano

Caminando por los jardines del Real Sitio, entre reinas frondosas y reyes despelujados, iba charlando conmigo José Andrés Rojo sobre los recuerdos de su abuelo, el gran estratega Vicente Rojo. Hablábamos sobre el recuerdo de los abuelos y eso que los psicólogos llaman nietos de la guerra. Lo que yo soy, recalcaba José Andrés. Cansado de escuchar que el abuelo había sido un hombre que cumplió con su deber, decidí saber en qué había consistido su deber. Y preguntó a sus tíos y tías, hijos del General Rojo, y se encontró con el hermetismo de los hijos, de los hijos de la guerra. Recorriendo la calle de Valsaín, que conecta el Patio de Honor con la bulliciosa fuente de Los Baños de Diana, José Andrés llegó a una curiosa conclusión: llegué al convencimiento de que tenía que escribir sobre mi abuelo, pero siempre desde el respeto a sus hijos, mis padres, mís tíos. Ellos habían sufrido el destino de mi abuelo y ellos habían decidido, cuando llegó el momento de las reivindicaciones, seguir hacia delante, hacia una democracia. Entre olvido y futuro, ya sabes qué decidieron. José Andrés calló justo cuando alcanzábamos en el regreso el Patio de Honor. Honrarás a tus padres, repitió mi inconsciente. Ironías de charlar sobre un republicano católico y militar español. Ironía que siguiera siéndolo, cuando había visto morir la Republica, convertirse su ejército en lo que más detestaba y que la iglesia católica española daba la mano a un regimen cainita. Menos mal que me acordé del ponche segoviano que nos habían puesto de colofón coquinario Belén y Ricardo en el Bar Segovia. En su origen, se llamaba pastel ruso y era típico de Madrid. Un pastelero se vino a Segovia, a finales del XIX, y se le ocurrió quemar el azúcar glaseado. ¡Menudo Invento! Todos asintieron y me dieron la razón. Hasta Ángel Herrerín, que detesta los dulces. Afortunadamente nos quedan los dulces para terminar las comidas. ¡Qué gran ponche, Ricardo! ¡Qué pena que seas del Barcelona, amigo mío! En fin. Nadie es perfecto.

lunes, 11 de abril de 2011

PERSONAJES PARA ENTENDER UNA GUERRA

El próximo viernes, tendremos al periodista y escritor, José Andrés Rojo, hablando sobre su abuelo el General Vicente Rojo, uno de los más finos estrategas de la Guerra Civil Española. Espero que podáis asistir. Se trata, una vez más, de una oportunidad única de comprender la actuación del ejército republicano a través de las vivencias de uno de sus protagonistas más destacados.

domingo, 3 de abril de 2011

El dilema del cordero, Garzón y el Maestro Santos Juliá

Llegó la camarera sonriente, bloc de notas en ristre, y nos leyó de carrerilla las recomendaciones para tan sonado día: pato con puré de manzana, bacalao en salsa de puerros, entrecot y ternera asada en su jugo. El Maestro Santos Juliá arqueó levemente las cejas y me miró fijamente por encima de sus gafas. -¡Ah! Pero... ¿no vamos a comer cordero? Tierra trágame, pensé, clavando los ojos en mi admirado Ángel Herrerín. Sentí la misma zozobra en su mirada. Haber llegado hasta allí, sentados junto a uno de los más grandes historiadores vivos y un maldito asado no iba a derrotar. El silencio espeso, denso como el puré de manzana que guardaba el flanco de mi pato, se hizo insostenible. Menos mal que Pancho, nuestro querido amigo del Hotel Roma, minimizó los daños. El cordero hay que encargarlo. De haberlo sabido, habría asado seis al menos. Santos con media sonrisa se encomendó no muy convencido al entrecot. La cazuelilla con judiones serenó el ambiente. Las explicaciones de la carestía del blanco manjar serrano dadas por Carmen Melero serenaron nuestros ánimos. Hasta que Olga tomó la palabra. Tenaz y admirable en su perseverancia, como siempre, entró en la pugna con el Maestro. Los ojos de Santos Juliá brillaban con las réplicas y contrarréplicas. Al parecer, el juez Garzón había escrito un auto demasiado polémico y algo inexplicable en el caso de los crímenes del franquismo. Durante una hora el Maestro Juliá y Olga Figueredo polemizaron acerca de la prescripción de los crímenes, de la justicia y la reparación. De la verdad de nuestro momento y de las verdades que nos precedieron. Que nos precederán. Que dejaremos. Salimos del restaurante felices y repletos. Literalmente. El Maestro sonreía mientras caminábamos por los hermosos jardines del Real Sitio. Felices y orgullosos. Habíamos asistido a otra conferencia. Bendito Garzón. Bendito Cordero.

sábado, 26 de marzo de 2011

Nuevo libro de Ángel Herrerín López


Ya tenemos en las librerías el último trabajo del profesor del Departamento de Hª Contemporánea, Ángel Herrerín López. Esta monografía, titulada Anarquía, dinamita y revolución social, lleva a los lectores al momento en que el anarquismo despertó en España a finales del XIX y principios del XX, mostrándonos también la eclosión del terrorismo libertario que transformó la vida social de algunas ciudades como Barcelona y condujo al nacimiento del gran sindicato del anarquismo español, la CNT.

Con una prosa directa y ágil, el profesor Herrerín nos llevará desde los asesinatos de Cánovas del Castillo, Sidi Canot e incluso del rey Humberto I de Italia hasta los atentados contra las multitudes como el del Liceo o el del Corpus de Barcelona, concluyendo así un viaje a través del anarquismo y la violencia política que engendró, iniciado en el magnífico trabajo dirigido por este prestigioso historiador junto con el gran Juan Avilés, Catedrático de Hª Contemporánea de la UNED, titulado El Nacimiento del Terrorismo en Occidente (2008).


El libro se presentará el próximo mes de mayo y ya está a la venta en multitud de librerías de todo el país y en la web de los libros de la Catarata, enlazada a este post.


No perdáis la oportunidad de leer este estupendo y definitivo trabajo.