viernes, 28 de noviembre de 2008

DESEQUILIBRIO

Triste Saayi está contento. Sus compañeros alegran su viaje.

¿Quién sabe? Quizás se arriesgue a conocer más gente.

Un día hermoso, de tenue sol acaramelado y dulce brisa a la alborada entran en un pueblo. Con las primeras luces todo el mundo sale a sus quehaceres. Las calles despiertan. El ruido de trajín diario conforma un apetecible paisaje.

Caminan por las calles serpenteantes, caóticas, extrañas y, sin embargo, confortables. Aquí y allá se abre una puerta. Triste Saayi vislumbra un patio florido. La brisa empuja los aromas al exterior. Te arrullan. Te convencen. Te atraen al interior.

Triste Saayi se sacude el embrujo con un suspiro. De pronto se detiene. Percibe algo mucho tiempo olvidado.

Se siente en casa.
El Hombre Desesperado marcha pegado a Triste Saayi. No quiere mirar. No quiere sentir.
Siente que está en casa.
El Caminante, ajeno a todo, disfruta del viaje. No sabe como repartir su atención. Nada escapa a su mirada.
Un poco de humanidad, para variar.
Llegan a una plaza. En el centro, una fuente. El agua repiquetea en el vaso que la soporta. El sonido es alentador, hermoso.
Junto a la fuente una niña llora. La plaza está abarrotada. Llena de vida. Llena de gente. Demasiada gente. Sólo el Caminante parece percibir el llanto desconsolado. Se acerca a la niña y toca levemente su hombro.
El oleaje de dos profundos mares le desconcierta.
¿Por qué lloras?
La niña se enjuaga las lágrimas con sus manos embadurnadas.
Mis padres ya no me quieren. Nació mi hermano y ahora le dedican toda su atención. Ya nada importa. Manché mis manos con barro. Perdí mi muñeca favorita. Ensucié el hermoso vestido que me regaló mi abuela, pero mi madre no está aquí para regañarme.
Ahora el Caminante está sorprendido.
No te entiendo, pequeña. ¿Añoras la regañina?
Añora a su madre -interviene Triste Saayi-. No importa para qué. Tan solo quiere la atención que antes recibía.
La niña no se atreve a mirar a Triste Saayi. La verdad a veces deslumbra.
No debes preocuparte, querida -prosigue Triste Saayi-. Tuviste durante un tiempo ese amor que ahora tiene tu hermano. Pronto volverá. Mientras te falte la atención de tu madre no tendrás equilibrio. Cuando regrese, todo volverá a su lugar.
La niña alza la mirada tímidamente. Ahora fija su atención en el rostro impenetrable de Triste Saayi.
¿Está seguro?
La vida es una búsqueda del equilibrio. Cuando nos falta estamos perdidos, huérfanos. Como esta niña. Como tú que me estás leyendo. Como yo. Mas te aseguro que, tarde o temprano, el desequilibro desaparecerá y la felicidad llenará tu vida.
¿De verdad? -pregunta el Hombre Desesperado.
De verdad, no.
Todos quedan quietos. nadie se mueve en la plaza. El mismo aire parece pesar sobre las cabezas de los que allí se hallan. Ninguna mirada se despega de los intemporales ojos de Triste Saayi. La niña abre la boca inconscientemente.
A veces -continúa Triste Saayi- ocurre que no se puede tenerlo todo.
La actividad es retomada al unísiono por todos. Algo ha cambiado. La voz de Triste Saayi, como un suspiro, recorre la plaza. Nadie se atreve a levantar la vista de su labor.
La verdad siempre duele.

ESPERAR

La noche me aturde -se lamenta Triste Saayi.
Preciso la soledad pero no soporto estar solo.
¿Alguien puede entenderlo?
El Hombre Desesperado se remueve inquieto en su áspero lecho.
Duerme intranquilo.
Triste Saayi le dedica un instante de su tiempo. Aún alberga mucho dolor. El Caminante, sin embargo, ha encontrado paz en el camino.
Alza la mirada. El cielo está en lucha. La luna muerta atemoriza a las estrellas. Un velo gris oculta su brillo. Triste Saayi sabe que su momento está por llegar. Nunca fue un cobarde. No lo rehuirá. Mas ahora empieza a encontrar un sentido al caminar.
Hombre Triste, nunca descansas.
El Hombre Desesperado mira desde el suelo a los inciertos ojos de Triste Saayi. No sabe interpretar lo que hay allí.
No está en mi naturaleza el descansar, amigo. Tan solo esperar me está permitido.
Igual que todos, Hombre Triste.
¿Qué...?
Esa es nuestra pena y nuestra alegría. Esperamos. Nada más sabemos hacer. Algunos son felices en el trance. Otros, para su desgracia, sufren en la espera.
¿Y qué crees que espero yo?
Nada. Todo. ¿Quién sabe? Esperas y caminas. Caminas y esperas. Caminas. Esperas... Caminas.
Y tú, ¿qué esperas?
El Hombre Desesperado sopesa la respuesta durante un suspiro. Sonríe finalmente como un niño que encontrado el fallo de la lógica de su maestro.
Hace unos días habría jurado que nada. Hoy, sorprendentemente, creo que te esperaba a ti. Esperaba tu llegada. Esperaba tu presencia. Esperaba tu espera. Caminaré contigo hasta que sepa por qué esperas. Tu espera hizo que naciera en mi interior el anhelo de una espera.
Triste Saayi asiente. Sonríe levemente. Se levanta y estira nervioso las piernas.
A veces las esperas encierrán mucho más que el tiempo perdido.

martes, 25 de noviembre de 2008

La amistad

Triste Saayi camina sin descanso. Dos amigos le acompañan. Mira a uno y otro lado.
¿Amigos?
¿Qué es la amistad? ¿Existe de verdad?
El Caminante pasea su renovada sonrisa por el camino. A su derecha transita el Hombre Desesperado. Al parecer, la sonrisa del Caminante es contagiosa.
Charlan, andan, sonríen. Andan, sonríen, charlan. Sonríen...
Triste Saayi asiente una vez más.
La amistad es compartir.

sábado, 8 de noviembre de 2008

EL HOMBRE DESESPERADO

Triste Saayi sigue caminando.

La senda es dura e incierta.

Algo ha cambiado. Ya no camina solo. Tras él transita un Caminante. Su cabello blanco y mirada limpia le acompañanan.

Suben una escarpada colina. Atraviesan un retamar. La fragancia de las estepas es embriagadora. La primavera. Al coronar la colina el sol les recibe. Les abraza. Les reconforta.

Allí hay alguien.

Un hombre de cabello entrecano descansa sobre el pedregoso suelo. Sus laxos brazos y su mirada caída les auguran una desgracia pasada.

Triste Saayi se detiene. Mira por encima de su hombro. El Caminante comprende. Da un paso adelante. Se aproxima al hombre. Pone su mano sobre su hombro. Le regala su pura sonrisa.

No logra aliviar su pena.

Se gira y mira a los insondables ojos de Triste Saayi.

Es un hombre desesperado, le dice. Triste Saayi asiente. Se acerca. Con su mano derecha levanta el rostro del hombre desesperado hasta que sus ojos se encuentran.

Dejadme con mi pena, por favor. No hay esperanza para este dolor.

La esperanza es caprichosa, amigo.

Triste Saayi mira al Caminante. Ya ha olvidado su pasado. Su vacío se está llenando.

Si nos cuentas que te ocurre -prosigue el Caminante- quizás encontremos alguna solución.

El Hombre Desesperado se levanta. Vuelve el rostro hacia el sol. Respira profundamente y devuelve su mirada hacia los dos hombres.

Mi hija fue asesinada. La perdí por culpa de un hombre funesto, un pozo de odio, miseria y maldad. Acabó con el sol de mi vida, mi esperanza, mi razón de ser. Todo lo di por mi hija. Ahora nada me queda.

¿El asesino no recibió castigo?

El Hombre Desesperado mira fijamente al Caminante.

¿Me consideras estúpido? Pedí justicia. La ley debe cumplirse. La ley es nuestra defensa contra el mal.

La ley no te protegió, ¿verdad?

El Hombre Desesperado dedica media sonrisa a Triste Saayi.

El asesino utilizó la ley en su propio beneficio. Se libró del castigo. ¿Por qué la ley lo permite? Por eso estoy aquí. Ya no creo en la ley. Ya no creo en los hombres. Solo espero mi fin. Dejadme encontrarlo.

El Caminante se levanta. Vuelve al camino. Triste Saayi se mantiene en su sitio. Extiende la mano hacia el Hombre Desesperado. Por primera vez en mucho tiempo sonríe.

Levanta, amigo. Camina con nosotros. El camino te enseñará. Te llevará allá donde tú quieras.

Pero no quiero moverme. Ningún sitio me reconfortará.

El camino lo hará -prosigue Triste Saayi-. Estoy convencido. La ley sólo es palabra. Los hombres sólo son caminantes. La justicia sólo es una ilusión. Ven, amigo, y camina.

¿Por qué? ¿Qué hallaré?

¿Quién sabe? -responde el Caminante-. Algo encontrarás. No lo dudes.

No sé-duda el Hombre Desesperado-. Nunca hallaré justicia. Nunca hallaré la paz.

Camina, amigo. Es el único consejo que puedo darte. Yo lo hago y me reconforta.

¿Cómo?

No lo sé. Quizás todo se deba a que, como tú, no tengo esperanza de encontrar y, sin embargo, sigo buscando.

Triste Saayi y el Caminante retoman su incierto viaje. A poca distancia les sigue el Hombre Desesperado.

¿Encontrará lo que busca?

Al menos ha encontrado salida a su desesperación.

Al menos ya camina.

Triste Saayi no mira hacia atrás. Sigue caminando, aunque una sonrisa le delata.

martes, 4 de noviembre de 2008

EL CAMINANTE

Triste Saayi camina sin descanso. Un paso, otro, otro... La vereda nunca termina. Los árboles jalonan su cadencioso movimiento. Sube colinas, cruza ríos, rodea poblaciones...
Nada termina, amigo. Todo es caminar.
Durante semanas transita sin hablar, sin pensar. Nada termina, nada termina...
Un día, mientras recorre un hermoso paseo a través de un sombrío hayedo, ve algo extraño. Es tan sorprendente que olvida su caminar y se detiene.
Allí al fondo, sentado sobre el resto de lo que una vez fue orgullosa encina, un hombre descansa. Tiene el cabello blanco. La limpia mirada de los que nada dejan atrás y nada esperan encontrar. Sus claros ojos están fijos en Triste Saayi. Su mano derecha reposa sobre la rodilla. Su mano izquierda palmea rítmicamente contra su muslo. Cuando Triste Saayi llega hasta él, detiene la música.
¿Adónde vas, caminante? pregunta a Triste Saayi regalándole una melancólica sonrisa.
Triste Saayi no responde. Gira sobre sus talones y observa el lugar en que aquel hombre está sentado.
Un hermoso paraje donde el tiempo parece detenerse. Los pájaros repiten una y otra vez su melodía. Las hojas de las hayas, acunadas por la suave brisa, sirven de acompañamiento.
¿Por qué descansas aquí, amigo? ¿Qué tiene de especial?
El hombre se levanta un instante. Inspecciona el lugar con cara de sorpresa, como si fuera la primera vez.
¿Qué importa un lugar u otro? Hace tiempo perdí a mi amigo. Toda la vida la compartí con él. Cuando él se fue mi corazón se cerró. Ya nada me importa. Estoy vacío porque mi amigo se fue. Se llevó todo lo que había aquí dentro -se señala el pecho- y nada es lo que atesoro. ¿Tú que haces, caminante?
Triste Saayi mira aquellos ojos. Están llorosos. ¿Hay algo más triste que perder al ser amado?
Sí, dice Triste Saayi.
¿Sí...? No te entiendo, caminante.
Crees que estás vacío, amigo, pero no es así. Tan solo esperas.
El hombre del cabello blanco se levanta sorprendido.
¿Tú sabes qué espero?
Me esperas a mí, amigo. Al caminante. El camino lo es todo. Siempre hacia adelante. Siempre más allá. Un paso. Luego otro. Una ciudad, un bosque, un río... ¿Quién sabe? Quizás mañana llenes tu vacío. El camino te lo da todo y todo te lo quita. Lo único que importa es estar en la senda.
El hombre da dos pasos y se acerca a Triste Saayi.
¿Quién eres, caminante? ¿Ayudas a la gente? ¿Eres un profeta? ¿Un enviado?
Triste Saayi no responde. Da un paso. Luego, otro. El hombre se anima. Le imita. Ya está en la carretera. Se adelanta y mira a los ojos de Triste Saayi.
Por favor -le ruega sinceramente-, necesito saberlo.
Nada soy, amigo. Yo sólo camino.