¿Quién sabe? Quizás se arriesgue a conocer más gente.
Un día hermoso, de tenue sol acaramelado y dulce brisa a la alborada entran en un pueblo. Con las primeras luces todo el mundo sale a sus quehaceres. Las calles despiertan. El ruido de trajín diario conforma un apetecible paisaje.
Caminan por las calles serpenteantes, caóticas, extrañas y, sin embargo, confortables. Aquí y allá se abre una puerta. Triste Saayi vislumbra un patio florido. La brisa empuja los aromas al exterior. Te arrullan. Te convencen. Te atraen al interior.
Triste Saayi se sacude el embrujo con un suspiro. De pronto se detiene. Percibe algo mucho tiempo olvidado.
Se siente en casa.
El Hombre Desesperado marcha pegado a Triste Saayi. No quiere mirar. No quiere sentir.
Siente que está en casa.
El Caminante, ajeno a todo, disfruta del viaje. No sabe como repartir su atención. Nada escapa a su mirada.
Un poco de humanidad, para variar.
Llegan a una plaza. En el centro, una fuente. El agua repiquetea en el vaso que la soporta. El sonido es alentador, hermoso.
Junto a la fuente una niña llora. La plaza está abarrotada. Llena de vida. Llena de gente. Demasiada gente. Sólo el Caminante parece percibir el llanto desconsolado. Se acerca a la niña y toca levemente su hombro.
El oleaje de dos profundos mares le desconcierta.
¿Por qué lloras?
La niña se enjuaga las lágrimas con sus manos embadurnadas.
Mis padres ya no me quieren. Nació mi hermano y ahora le dedican toda su atención. Ya nada importa. Manché mis manos con barro. Perdí mi muñeca favorita. Ensucié el hermoso vestido que me regaló mi abuela, pero mi madre no está aquí para regañarme.
Ahora el Caminante está sorprendido.
No te entiendo, pequeña. ¿Añoras la regañina?
Añora a su madre -interviene Triste Saayi-. No importa para qué. Tan solo quiere la atención que antes recibía.
La niña no se atreve a mirar a Triste Saayi. La verdad a veces deslumbra.
No debes preocuparte, querida -prosigue Triste Saayi-. Tuviste durante un tiempo ese amor que ahora tiene tu hermano. Pronto volverá. Mientras te falte la atención de tu madre no tendrás equilibrio. Cuando regrese, todo volverá a su lugar.
La niña alza la mirada tímidamente. Ahora fija su atención en el rostro impenetrable de Triste Saayi.
¿Está seguro?
La vida es una búsqueda del equilibrio. Cuando nos falta estamos perdidos, huérfanos. Como esta niña. Como tú que me estás leyendo. Como yo. Mas te aseguro que, tarde o temprano, el desequilibro desaparecerá y la felicidad llenará tu vida.
¿De verdad? -pregunta el Hombre Desesperado.
De verdad, no.
Todos quedan quietos. nadie se mueve en la plaza. El mismo aire parece pesar sobre las cabezas de los que allí se hallan. Ninguna mirada se despega de los intemporales ojos de Triste Saayi. La niña abre la boca inconscientemente.
A veces -continúa Triste Saayi- ocurre que no se puede tenerlo todo.
La actividad es retomada al unísiono por todos. Algo ha cambiado. La voz de Triste Saayi, como un suspiro, recorre la plaza. Nadie se atreve a levantar la vista de su labor.
La verdad siempre duele.